domingo, 5 de abril de 2020

El gato


El traje es el mismo todas las noches, únicamente cambia el color de la corbata; morada los lunes, amarilla los jueves. Y, entre los brazos, como algo a punto de derramarse siempre, trae flores; narcisos los martes, peonías del sábado.

Se coloca bajo la ventana de una habitación y, al iluminarse, puede vérsele rezar o invocar entre dientes algo que no llego siquiera a intuir.
Antes de apagar la lámpara, una mano blanca asoma por el hueco. Solo es una mano sin un rostro detrás que deja caer una raspa de pescado.

Entonces él la recoge del suelo y deja el ramo en el lugar donde cayó, besa la cabeza a la sardina antes de guardarla en el bolsillo de la chaqueta y después lanza un grito, tan agudo y desesperado, que nunca falta quien se despierta y piensa en los malditos gatos que vienen hasta aquí a enamorarse.

Iván Onia Valero

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