miércoles, 27 de marzo de 2019

Últimos actos


Quisiera estar dentro de él, como una vez estuve
SHARON OLDS


Muchos años después, parado en otro semáforo rojo,
habría de recordar aquella mañana remota
en que llevé a tu madre a que te pariera.

Las hojas de los plátanos y las tipuanas
temblaban como púgiles midiéndose.
Santa Ángela posada en las cornisas
anunciaba con su trompeta de oro
la buena nueva: hoy parirás sin dolor a tu hijo primero.
Un viento empezó su cabalgadura
por la desolación de la se-treinta.
Los termómetros eran cuchillos curvos.
El último semáforo fue el más rojo de todos.

Al asomar la cabeza, algo tiró de ti hacia dentro
y empezó tu camino inverso por el largo huracán que te traía.
Fuiste disminuyendo en el calendario.
De pronto era julio y tus pulmones se desinflaron,
de pronto era junio y te hiciste transparente.
En mayo dejaste de oírme y en ese silencio anduviste, pisando el osario de las tragedias familiares; paseaste por los tanatorios para tocar la cara de mis muertos,
mientras leías en voz alta los epígrafes y las genealogías. Perfectamente ordenados en el tiempo y el espacio, los hombres que te precedieron.
A esa hora, la sala de partos era un torbellino indomable, arrancando los relojes de las paredes.
Los monitores y las agujas danzaban en el centro de abril y marzo, aguas y aguas, cariño,
tu rostro se borraba dentro de los jugos y el frío, tus extremidades se encogían y buscaban el origen, aquel pez.

En un giro último se quedó tu corazón solo, como una peonza latiendo en el espacio de la primera ecografía, hasta borrarse en una sangre invisible. Fue entonces cuando pude verme a mí, al final de un túnel, abrazando a mis padres una mañana de diciembre y, un poco más allá, a tu madre esa tarde en la que bebimos mucho vino en el almuerzo y me desnudaba porque sabía que tú me habías visitado en sueños:

un niño en un caballo de viento va gritando por la se-treinta ¡prole!, ¡prole!, ¡prole!
Y nadie más que yo lo escucha.

Detrás de esta escena, yo me repetía entrando de cabeza en mis edades hasta borrarme en el tiempo, encogiéndome como tú, dentro de mi propio huracán.
Muy al fondo del túnel, mi cabeza asomaba entre las piernas de mi madre como un alfiler polar, y después soólo hubo una noche equina y primera. Era la hora.

El pitido del coche de atrás me despertó del último acto.
Yo estaba dentro de ti desde el principio y el semáforo estaba en verde.

Iván Onia Valero, de El hijo (de Sharon Olds).
Maclein y Parker, 2018


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