domingo, 25 de marzo de 2018

El vidente


Puedo ver lo que aún no ha sido.

Pongo las manos sobre los arbustos
y el calor de las brasas -esos árboles
que habrán de morir-
me trepa el frío que tendré entonces.

En la orilla, un niño hace una bala de arena y rabia
que lanzará a su hermano,
antes de que el proyectil caiga,
adivino la tierra que cubre a dos ancianos
y la oración con que se cierran los ataúdes.

Namibia. Un elefante ha aprendido
a hacer temblar el suelo y a devorar
los espejos y las esferas verdes,
barrita lo que aprende en el viento.
Cuando parece que la vida es esto,
-rectas naranjas y selva enfriándose-
el parpadeo abre una calle de noviembre
y la baba grisácea que lava las aceras:

“han tardado las lluvias este año"
"aprieta el paso o llegaremos tarde, hija”

y la falda de tablas de la niña
va rozando el sueño antiguo de la madre
que es una pianista torpe y rota.

“Estas teclas son de marfil, pequeña”
dice el profesor
y toca Para Elisa con una mano
y hasta la estancia llega un llanto
enorme y raro.

Ahora, mientras te abrochas el abrigo
o abres el paraguas,
la semilla de un tomate comienza a desatar
la tierra buscando el oro de la canícula,
alguien traza en el fango los planetas informes de la sandía,
y, en alguna coordenada,
el océano recuerda aquel verano
y cruje un instante que tardará meses hasta llegar a tu tobillo.

Puedo ver lo que aún no ha sido.

Una familia cruza el fondo marino.
Un reptil mira y, dentro de ese círculo,
con deseo y con asco,
nos estamos mirando ya todos.

Y quién detrás de mí también me observa aquí sentado,
escribiendo algo absurdo acerca de los dones
y ya está oyendo un chillido
de colegio con moscas puntuales
y a los adolescentes que se besan detrás del gimnasio,
dejando su saliva encima de ese poeta
estúpido y muerto al que han pintado unas gafas con lápices gastados.

Quién antes que yo
supo que ocurriría exactamente así.
Primero observó los prodigios de su tiempo
-los grandes barcos del café que venían de América,
la mancha de la criolla en el muslo que parecía una inicial-
y ya me imaginaba a mí
con la marca azul en la nuca,
la taza fría bajo los flexos.
Aquí sentado.

Acabando un poema absurdo del mismo modo
en que se cierran los círculos
o se cumplen las profecías.

Iván Onia Valero, de Hermanos de Nadie (Karima Editora, 2015)

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