sábado, 24 de marzo de 2018

Arthur Cravan,el primer poeta punk


"Estatura: 1,90. Peso: 105 kilos. Oficios: poeta, boxeador, fogonero en Australia, jactancioso ladrón de joyas, embustero, marinero en el Pacífico, marchante de arte, desertor múltiple, sobrino de Oscar Wilde, leñador australiano, indigente berlinés, campeón semipesado de Francia, retador canadiense en Atenas, exiliado ruso en Nueva York, polizonte, exhibicionista, falso irlandés nacido en Laussane, conferenciante, director de una revista de cinco números, bailarín, dandi, profesor de educación física en la Academia Atlética de México, improvisado especialista en arte egipcio, bufón, amante, prestanombres de nadie y de sí mismo una y dos mil veces, sombra incógnita, testigo, personaje menor de un tiempo ahíto de grandes nombres, amigo, desgraciado, bruto, mulero, recolector de naranjas en California, encantador de serpientes en Nueva York, leñador de bosques gigantes, ladrón y delicioso farsante donde llegara. Pseudónimo: Arthur Cravan. Nombre real: Fabian Avenarius Lloyd."

Daniel González



¿Qué alma disputará mi cuerpo?
Oigo la música:
¿me arrastrará?
Me gusta tanto el baile
y las locuras físicas
que siento con evidencia
que, de haber sido jovencita,
habría acabado mal.
Pero desde que estoy sumergido
en la lectura de esta revista ilustrada
juraría no haber visto en mi vida
fotografías más asombrosas:
el océano perezoso meciendo las chimeneas.
Veo en el puerto, sobre el puente de los vapores,
entre mercancías imprecisas,
mezclarse los choferes con los marineros;
cuerpos pulidos como máquinas,
mil objetos de la China,
las modas y las invenciones;
luego, dispuestos a atravesar la ciudad,
en la suavidad de los automóviles,
los poetas y los boxeadores.
¿Cuál es esta noche mi error?
¿Que entre tanta tristeza
todo me parece bello?
El dinero que es real,
la paz, las vastas empresas,
los autobuses y las tumbas;
los campos, el deporte, las queridas,
hasta la vida inimitable de los hoteles.
Quisiera estar en Viena y en Calcuta.
Tomar todos los trenes y todos los navíos,
fornicar con todas las mujeres y engullir todos los platos.
Mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata, actor;
viejo, niño, estafador, granuja, ángel y juerguista; millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo;
cobarde, héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino, cazador, industrial,
fauna y flora:
¡soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales!
¿Qué hacer?
Probaré con el aire libre,
¡quizás ahí podría prescindir
de mi funesta pluralidad!
Y mientras la luna,
más allá de los castaños,
unce sus lebreles
e, igual que un caleidoscopio,
mis abstracciones
elaboran las variaciones
de los acordes
de mi cuerpo,
que mis dedos pegados
a la delicia de mis llaves
absorben frescos síncopes,
bajo mociones inmortales
mis tirantes vibran;
y, peatón ideal
del Palais-Royal,
me embriago de candor
incluso con los malos olores.
Repleto de una mezcla
de elefante y de ángel,
lector mío, paseo bajo la luna
tu futuro infortunio,
armado con tanta álgebra
que, sin deseos sensuales,
entreveo, fumadero del beso,
coño, mamada, agua, África y descanso fúnebre,
detrás de las persianas tranquilas,
la calma de los burdeles.
Bálsamo, ¡oh mi razón!
Todo París es atroz y odio mi casa.
Los cafés ya están oscuros.
Sólo quedan ¡oh mis histerias!
los claros establos
de los orinales.
Ya no puedo seguir quedando fuera.
Ésta es tu cama; sé tonto y duerme.
Pero, último inquilino
que se rasca tristemente los pies,
y, aunque cayendo a medias,
si yo oyese sobre la tierra
retumbar las locomotoras,
¡cuán atentas podrían volverse mis almas!

Arthur Cravan

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