domingo, 13 de octubre de 2019

Nocturno de Edvard Grieg


Por dentro de la noche la gata es el caballo árabe de un ratón insomne, un tranvía de sombra para dos cucarachas hacia lo séptico.

Por dentro de la noche oscila el chirimbolo de la luna inventando otra vez el ruido:
estalla el vidrio de la cerveza y la juventud regresa 30 veces.
Un coche rojo me recuerda a mi primer coche
rojo.

Sissel canta la canción de Solveig en los Campos de Marte por dentro de este túnel que desemboca en las naranjas tristes del día.

No hay mucho más.

Los hijos rezan desde su limbo de semen a la vida arrebatada en un pañuelo.
La mujer es un infinitivo que sueña detrás de la pared cosas normales y ciertas.
Yo, aquí, estoy sucediendo.

Después el silencio y un poco más allá el silencio
con sus ojos grandes de cierva si pronuncias el menaje.



Escribir era esto.
Observar la peonza en su traslación doméstica,
el hombro moreno de la muchacha girando desde aquel verano
y tener que decirlos para no morir de asfixia.

Escribirse, mirarse escribirse.
(Me escribo, me miro escribirme)
así,
así.
Soy tantísimo el poema y adelgazo tanto estas noches que cualquier día desapareceré.
Ni cuerpo ni ceniza, sólo archivo y metáfora.
La historia del hombre que para deslumbrar tuvo que convertirse en el árbol que escribía.

Preparad,
pues,
la voz alta, el hilo de la memoria, el cariño que me tuvisteis mientras fui.
Para encontrarme ese día tendréis que leer en la corteza
vuestros antiguos nombres.

Iván Onia Valero

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