miércoles, 2 de enero de 2019

Converso con Julio Cortázar sobre la nueva vida de los cronopios


Don Julio, no los vaya a mirar demasiado ahora. Son horribles estos tiempos, usted no sabe porque lleva en su columbario ese trecho, pero son realmente horribles, créame.
No es excusa, cuando vivía, tirábamos ¿entiendes? Con un mendrugo y una guitarrita hecha a base de perseguir caniches para la prima y mixtolobos para el bordón. Pero éramos felices así; un bocado y un canción, un bocado y una canción... "Cádiz la dulzura de los árboles cayéndose en el agua", por ejemplo, felices así, y qué apagaditos a pesar los veo, pobres, ay mis húmedos-verdes y pobres.
No es color apagado, son efectos digitales. Cuando salen del plató de grabación siguen siendo verdecitos y húmedos, "color entrañable" lo llamó esa marca de pinturas el día que les propuso el primer negocio y muchos padres y madres pintaron la habitación de sus hijitos del color de sus brazos o su pectoral inflamado. Pero detrás de la pantalla tienen ese color como traslúcido y siglo veintiuno que confunde, sé que impacta descorrer la cortina y ver este espectáculo después de su trecho allí, pero son ellos, sin duda, más viejos y con un piyama de nueva era. Si los que mandan creen que ya es suficiente, mañana mismo podrían ser amarillos o quitarse el piyama y ser del color que usted los imaginó en su útero de tinta, pasando a llamarse ´Cronopio Origin Colour´ o ´Pantone Cortázar´ y hasta lleguen a usar sus enormes ojos de tiburón martillo como reclamo en carteles, por las marquesinas de los autobuses que siempre se retrasan o en las autovías que llegan a la costa.
Yo llevo un piyama color triste y color ojalá-nunca-los-hubiera-visto. Además ese no es su baile ¿y los famas? todavía recuerdo cómo les pasaban sus bracitos por los hombros si estaban asustados y daban patadas a una lata vieja para ahuyentar el hambre si dormían a trompicones.
Los famas se fueron muriendo, Don Julio, cuando ya sólo quedaban dos, se encargaron de hablar con los publicistas y otros ejecutivos de esos grandes almacenes, una suerte de Macy a la europea, y a manojos los vendieron como recién bajados de un barco, para que los cronopios de usted no adelgazaran mucho y se vieran obligados a lanzarse a las ruedas de los camiones por esas rondas. El día antes de morir, el último fama dejó el negocio cerrado y sólo después, él solito, se tiró a un estanque por el puro amor a los patos que su padre le inculcó antes de abandonarlo.
La posibilidad de morirse uno no justifica este maquillaje ni esta tristeza neoliberal.
Llévame lejos de aquí, por favor, déjame de nuevo en mi columbario trechos y más trechos, ya he visto suficiente.
Como usted guste Don Julio.
NO TENÍAS QUE HABERME SACADO NUNCA A ESTOS HORRIBLES, HORRIBLES TIEMPOS.
¿Ni siquiera quiere saludarlos o darles un último abr/...?
Vámonos.

Iván Onia Valero

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