domingo, 4 de noviembre de 2018

La Gran Obra


La realidad va por un lado y la literatura por el suyo. No hablo de
libros ni de una suerte de erotismo melómano por la palabra escrita,
tampoco de la creación como transversalidad del que se sienta
a esperar que algo ocurra en el abismo blanco de un folio, sino del
relato necesario para poder llegar vivo a la jornada siguiente, como
decía Félix Grande, aquello que únicamente somos capaces de confesarnos
a solas y de madrugada, esa literatura, -digo- el autoengaño.

Es mentira que la vida nos ponga en nuestro lugar, sólo es otra frase
hecha más apestando en la boca de los imbéciles, somos nosotros
mismos quienes nos ubicamos aquí o allá según llueva, truene o nos
convenga. Cierto es que si robas el tesoro o apuñalas al prójimo, las
ruedas dentadas de la ley (las reglas del juego las llamó Borges, la justicia
es otra cosa) nos ubican en una u otra cárcel, las del acero o las del
que huye ad infinitum por esos barrios de serpientes, pero en nuestro
cosmos interno siempre estamos salvados, nos contamos y recontamos
el cuento del justo hasta caer dormidos todas las noches:

y qué iba a hacer si no/ se lo merecía por/ bien muerto está el gordo
cabrón/ quién en mi lugar no lo habría hecho/ hemos venido a este
mundo para el gozo y la venganza/

y eso sólo en los casos más extremos, normalmente nos salvamos a
cada momento de las miles de pequeñas injusticias, en las que siempre
somos los buenos de esta película tan mala.
Engañamos, que es como apuñalar el aire compartido y, sin embargo,
nuestra maquinaria interior no se ve afectada y continúa
con sus viejos mecanismos, cada sístole se promete una diástole
y un tiro de sangre hace el resto: cagamos, comemos, amamos,
dormimos con los ojos vueltos, como si la conciencia hibernara en
una nieve de autocomplacencia y perdón, compramos calcetines o
un kilo de ciruelas, hablamos de aquella película, juzgamos a los
demás actores y besamos la estrella de sheriff de nuestra solapa.

La vida es esa materia blanda donde nos adentramos cada mañana.
La realidad es una piedra, un paraguas o el corazón donde
ambos se unen y se rompen el uno con la otra, el vértice y sus consecuencias.
Pero la literatura es el aceite donde todo flota y se engrana,
con ella adquirimos el sentido de nuestra mísera anatomía, nuestro
peso en la tierra y el valor para conversar con la boca sin dientes del
insomnio o asomarnos a los espejos sin vomitar.

Nosotros frente al espejo contándonos lo que queremos oír cuando
anochece, esa es la Gran Obra.

Iván Onia Valero, de Paseando a Míster O (Asociación Noctiluca, 2017)

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