jueves, 13 de julio de 2017

La noche del padre


Del barro, del suburbio negro estoy viniendo, no dejo de
venir nunca.
La poesía es no saber hacer otra cosa.
Soy un pobre hombre, un poeta mediocre y olvidado.
Aún ha de quedarme un largo tiempo de contemplación
sobre mi escombro. Antes de dormir viene a lamerme la
mano el tigre polvoriento de mi pasado, con sus babas
me muerde, sobre su cabeza lloro. Entre la furia de esta
habitación pueden encontrarse los restos de un pecio
abandonado.
Cierren la puerta al entrar, estamos de inventario esta
noche; aquí la máquina de escribir mellada que nunca
devolví a su dueño, aquí la elegía que quise que escribiera
mi hijo, aquí el hombre que no soy.
Aquí el Poeta.
El cocodrilo quieto bajo el grito blando del planeta,
el llanto de los nietos sobre mi ataúd, la tarde en que
domé la lluvia, el sonido de un tren alejándose, todas las
confesiones que uno sólo sabe hacerse a sí mismo y de
madrugada.

Oigo afilarse metales en la casa de mi hijo, mi mujer
fabrica ojos en telas negras.

Yo quería atarte el corazón a las letras, hijo mío, como
cualquier padre que me mataras en vida
con el canto que yo quise escribir y que nunca. Yo quería
verte abrir un paraguas contra las piedras, ver el delantal
manchado con la autopsia de una lentitud, la dignidad de
tu espalda vencida.
A cambio de eso; la vértebra exacta,
el romance largo de las hachas,
tu oficio de charol.
A cambio de eso, un escaparate de cabezas cortadas y
la plaza llena con el nombre que yo elegí para ti. William.

La poesía es no saber hacer otra cosa. Morir de hambre,
hijo mío, entre el desorden de tus remordimientos,
abrazado a un tigre de polvo.

Como tú, también soy el sueño roto de un padre imaginándome.

Iván Onia Valero de El decapitado de Ashton (Ediciones de la Isla de Siltolá, 2016)

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