jueves, 28 de diciembre de 2017

¡Urraca! ¡Urraca!


Al montón de huesos y fluidos, de tendones y músculos, esa casquería
grave que nos une y no nos permite disgregarnos fatalmente,
deberíamos añadir los azares y las geografías que también nos
forman.

Perdí una pluma, la primera que compré y siempre llevaba encima.
Me gustaba palparla, meter la mano en el bolsillo y creer que
era un revólver con el que algún día mataría a alguien de un poema
en la frente. La dejé junto a la taza de café vacía una mañana,
al día siguiente pregunté a la camarera, pero me dijo que no había
visto nada. Aún hoy me gusta imaginar que la guardó en el delantal
y después la llevó a su casa, intentó escribir algo:
medio kilo de plátanos/llamar al dentista/preguntar por la tía Sofi
y luego la encerró en un cajón donde a veces la ve cuando busca pilas
y se arrepiente de no habérmela devuelto, se llama a sí misma
¡urraca!, ¡urraca!
y se muerde el labio hasta que sangra un poco de culpa y luego pone la
radio para ducharse.

Hace unas semanas, a unos metros del lugar donde olvidé mi pluma,
encontré en el suelo una navaja. Cuando la abrí pude ver que el
desgaste de años de afilarla le había abierto en la hoja una boca, una
suerte de luna menguando en el acero. Recordé a mi tío que usaba
una igual con la que cortaba primero tocino salado y después una
manzana.

Pensé que el mundo me estaba pidiendo que pasara a la acción:
“deja de escribir y mata a alguien de verdad”. A cambio de eso va
siempre conmigo. A veces la abro unos segundos y hago cuervos
y brazos debajo de la bombilla del escritorio. Otras sólo la toco
bajo la ropa, me gusta pensar que es una pluma con la que un día
afilaré el poema que envenene a los ladrones de la Tierra. La llamo
azar o coordenada. Sonrío un poco al creer que llevo toda la historia
de la humanidad doblada en el bolsillo.

Iván Onia Valero, de Paseando a Míster O (Asociación Noctiluca, 2017)

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