lunes, 12 de diciembre de 2011
Díptico de ciudades extrañas: Luz de Lisboa
Era una luz distinta. Y era una luz de invierno
cuando llegó a tu rostro vespertino,
porque una luz más pura se inclinaba nocturna
bajo los aguaceros de Lisboa.
Recuerdo las palabras que no dije
como el rocío frío de tu nombre,
las que pude salvar en el silencio,
en el gesto inconcluso de los labios,
las palabras que fueron a perderse
bajo los aguaceros de noviembre
y tu ropa mojada por la luna de Alfama.
Tal vez fue suficiente una ciudad
para decir que el mundo está siempre nublado
menos allí, amor, claro día de un sueño,
de nueva luz abierta en tu mirada
cuando los barcos llegan a buen puerto
y el corazón se alegra de estar vivo.
Siempre te esperaré en Cais do Sodré
porque también existen los regresos.
Porque también terminan los inviernos, amor,
en la ciudad más triste y más hermosa
donde reina un verdor de esmaltes óxidos
por la melancolía de sus calles. Recuerda,
eras un mirlo blanco entre tanta barbarie
incrédula de tanto, tanto amor imposible
cuando nos despertamos en el barrio de Graça,
cuando el mundo aún recién hecho temblaba
y aún tiembla para siempre
en nuestro amanecer emocionado.
Daniel García Florindo, de Cuadernos de Lisboa (Ediciones en Huida 2011)
Lectura del poema: Martín Lucía
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Un honor formar parte de este blog, Iván. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarEs precioso.En la ciudad más triste y más hermosa donde reina un verdor de esmaltes óxidos.Lisboa siempre Lisboa.
ResponderEliminarUn placer Dani.
ResponderEliminarSí Susu, la verdad es que el poema está a la altura de la ciudad y viceversa, ojalá se pudiera retornar a sus calles con la facilidad con que se vuelve sobre esta lectura. Un abrazo.