viernes, 11 de febrero de 2011

Relojes

Miro los relojes en el primer
cajón,
intachables e insomnes llevan a
cuestas una militancia puntual
y un latido de tic tac inexorable.
Marcan las tres, las siete menos cuarto,
pero sus agujas no entienden el
día o el crepúsculo, la mañana
de verano o la tarde de octubre
ya que en sus lunas no hay cráteres sino
números
y el cristal no deja pasar una
sola migaja de aire.
Marcan las ocho y media y las diez
pero su corazón de engranaje
no atiende la prisa del taxista o el
sopor de la clase de matemáticas
ni el ansia del enamorado
ni el minuto de gloria.
Hay veces incluso que alguno atrasa
y su constancia sexagesimal
se reduce a una improvisación
de instantes.
Relojes ajenos que viven en
las paredes o en las muñecas, como
testigos hieráticos
del deambular humano en el tiempo,
confidentes de rutinas y letargos,
de atroces impuntualidades,
hasta que un buen día, sin saber cuándo,
también les llega su hora.













Iván Onia Valero

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