miércoles, 15 de abril de 2020

Santa Teresa



Hay un pie en algún lugar, no aquí, no ahora. Yo soy un hombre esperando un pie. En la cafetería El duque, los platitos para café se abrazan al chocar, se apilan en 20 abrazos, un abrazo mal dado y la pila fallara, morirán de amor mientras las cucharillas se ríen y aplauden como pequeños monos de plata.
El camarero dice goodnight, señorita bonjour, monsieur ¿chocolá? ¡Dame churros!
Dame una, dame dos, que estén calentitos, disculpe el servicio es solo para clientes, ¿Café, caballero, chocolá? Usted, joven si quiere, puede usarlo, ¿No tienes ganas de mear? Están muy ricos los churros, verdad, están buenos aquí y sirve otro chocolate mientras silba "Todo me parece bonito" de jarabe de palo.

Yo soy un hombre, un muchacho, un usted, un joven, un hombre apurando un café, esperando un pie que está en algún lugar, machacando churros con mis muelas empastadas y la mirada perdida. Mis ojos se hunden hasta 1998 cuando el profesor de historia del arte nos enseñó la diapositiva del éxtasis de Santa Teresa. Nos dijo miren, pero miren bien, en 1647 el cardenal Cornaro cogió a Bernini del hombro y le dijo: "me queda poco tiempo, amigo, haz que me vaya al otro lado en un Ferrari blanco, haz con tus manos un bólido de mármol, Gian Lorenzo" y el napolitano inventó el sexo de los ángeles, le volvió los ojos a la Santa y los elevó a tres metros del suelo. Hasta aquí todo perfecto, va bene, niños, nunca antes el orgasmo femenino había sido representado de esta forma y bla bla bla...pero miren bien, por el amor de Dios, observen lo que casi nadie es capaz de mirar, el pie esculpido, dejado abandonado, volado, suspendido, pie casi paloma, el pie arrebatado de su función primera, el pie sin un solo paso, lo gratuito, el exceso, no hacía falta ese pie, casi nadie iba a mirarlo, pero cuando se mira, el resto sobra, el cardenal Cornaro está aún viajando en ese pie rumbo a los testículos de Dios, la eternidad, casi 400 años a lomos de un empeine, deseando ver las barbas del Creador, esa estrella atea. Y yo miré el pie para siempre.
Como repetí curso ese año, al siguiente, una nueva profesora nos enseñó de nuevo la imagen, pero no reparó en la extremidad divina, solo nos dijo que la Santa, cuando fue esculpida, estaba menstruando, y yo me empalmé como un tiburón adolescente.

Desde entonces hasta esta tarde de Navidad yo soy el hombre que está esperando un pie. El pie que está en algún lugar, sé que está cerca; debajo del ministerio del día, del carruaje de las horas, de las avenidas enjoyadas, de la puntualidad del hambre, de la cacharrería de los turistas amándose debajo de las luces, del ruido de sus abrigos.
Todo lo que acontece intenta enterrarlo, ennegrecer su blancura, pero el pie existe en su coordenada, en su zapato triste, viene y va, lleva una santa Teresa encima que puede que en este momento ande cerca, puede que haya entrado en el supermercado a comprar medio kilo de algo, a lo mejor está en la farmacia pidiendo un consejo al boticario que la tranquiliza, mi Santa Teresa viene y va por la ciudad. Hay luna llena, menstrua despacito, está dentro de un eufemismo, un óvulo se le ha caído como una naranja aburrida, se desangra por esa herida milagrosa que sana. No se da cuenta de que una gota de sangre desciende por sus muslos hasta el empeine y que yo voy a encontrarla, de que voy a comulgar en su pie.
Diría que anochece, pero el camarero me trae monedas en un platito arrancado de la pila, me rompe la última metáfora y sigue silbando.
Todo me parece rojo y bonito.
Podría decir que anochece, pero en realidad a la tarde le ha bajado la regla.

Iván Onia Valero

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