sábado, 5 de octubre de 2019

La noche del explorador n° 4


Sin duda, la esperanza es el peor
desempeño que un hombre logra albergar.
He perdido ya la cuenta del día
que dejé de sumar los días con heridas en los brazos:
a bocados, a látigo, a carne retorcida.

Nos seguimos reuniendo aquí, oscuros.
Después de que la tierra nos tragara
aquella tarde, fue duro asumir
las gravedades. Han pasado los años.
Aprendimos la lengua de las gotas
y de las alimañas. El tiempo es ahora
un grosor de agua, un grito puntual.
Steve y Danny cazan y desuellan
seres que jamás hemos visto,
los devoramos y lamemos en silencio
las alas y las rocas.

Nos sentamos en lo que debe ser
un círculo y, por turnos, se hablan viejas
historias de luz y de cuerpos jóvenes.
Mi favorita es una en la que Eddy
siempre acaba quitándole las bragas
a Sandra en un campo de narcisos
y huyen riendo delante del revólver
del viejo Tom. En la huida, Eddy se excita
al imaginar que Sandra ha guardado
las bragas en la cesta, junto al vino
y las fresas.
Más tarde nos besamos y follamos
hasta el llanto o el sueño.

Hace mucho, acordamos que matarse,
en nuestras circunstancias, guarda el mismo
grado de sensatez y de decencia
que dejarse vivir. En eso andábamos
cuando un grito de luz atravesó las piedras.
Venían desde lejos Danny y Steve
pregonándola como un continente.

Billy me abrazó, se había orinado encima.
Es horrible –me dijo–. Regresamos.

Iván Onia Valero de El decapitado de Ashton (Ediciones de la Isla de Siltolá, 2016)

3 comentarios:

  1. Ese amigo de la infancia que jugaba contigo en la orilla del mar ha perdido el nombre. Era un niño flaco, quemado por el sol, hijo de un pescador. Al fondo se ven barcas varadas en la arena y tú en la fotografía estás con él pescando cangrejos entre las rocas del farallón en una cala deshabitada. Ibais siempre juntos, desnudos pisando la sal de aquellos días claros de la niñez, pero ese camarada de los primeros veranos, que te servía de escudero, desapareció muy pronto y hoy ignoras cómo se llamaba aunque él entonces habría dado la vida por ti. En otra página del álbum de retratos eres un adolescente en una mañana de otoño en el parque con un libro en la mano, entre dos compañeros de colegio que también sonríen. Uno de ellos se mató con la motocicleta, el otro ha llegado a subsecretario. Los tres descubristeis el amor en la misma promoción en medio de aquella bandada de niñas del Loreto que iban con rebeca y falda plisada abrazando el cartapacio escolar contra los incipientes senos. Después apareces vestido de soldado con un rifle en un barracón de verbena en compañía de un colega de armas que te pasa el brazo por el hombro soltando una carcajada. ¿Qué habrá sido de él? Le gustaba mucho Sartre y tal vez ahora es dueño de una serrería. La tarde huele a paja quemada y los murciélagos bailan dentro de un vapor de oro mientras tú vas pasando las hojas de un álbum cuyas imágenes son humo de la memoria. En él hay múltiples figuras evanescentes que un día quedaron atrás, si bien esos seres te regalaron por un momento parte de su alma sin pedirte nada. La marea los ha arrastrado a distintas playas, ninguno ha cumplido sus sueños, pero cada uno de ellos se cruzó en tu vida por azar y durante un tiempo te acompañó en la travesía de los placeres y las desdichas. Al cerrar el álbum de fotos piensas que todos los amigos que has tenido son el mismo. Su rostro está dentro de ti desde la infancia. Es aquel niño sin nombre que jugaba contigo en la orilla del mar. A través de la existencia no has hecho sino reflejarte en sus ojos.

    Manuel Vicente

    Y mas de 33 años o así de ese fotograma ��

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  2. Vicent,perdón. Gracias a ti.

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