domingo, 23 de junio de 2019


Llegados a este punto, prefiero la ternura a la verdad
pues no hay mayor verdad que la ternura.
No pide verdad el hombre que, agachado, cava su huerto,
ni el perro atado a la cadena, ni el enfermo, ni el apátrida.
No pide el hambriento una verdad,
ni el campo en flor, menos aún el ahorcado,
o el que que se dispone a atravesar el ártico de sí mismo.
No piensa en la verdad el hombre roto,
ni la mujer que vende su cuerpo tras un vidrio,
piden, sí, ternura, piden que les demos
un momento de sosiego y de ternura,
un poco de afecto o de calor.
No pide verdad el hombre expulsado de su reino
o aquél a quien el tifón despojó de sus migajas,
no pide verdad quien gesticula entre las llamas,
quien busca en los arroyos la vaca perdida en el aguaje,
sino descanso, auxilio, un poco de ternura y de calor
Hoy prefiero la ternura.
Porque ternura pide el perseguido, el amnistiado,
el que hizo del silencio su fortín,
el que ayer aún aullaba en los peñascos,
el fugitivo que yace junto al mar.
Prefiero la ternura a la verdad
porque no siempre la verdad conduce a la ternura,
pero siempre, siempre, la ternura allana y templa
el sendero no siempre grato y cristalino
de la justicia y la verdad.

Manuel Moya

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