miércoles, 5 de junio de 2019

Federica


Esta mañana pensé en ti, Federico.
En tus no cuarenta años,
en tu hueso desnortado,
en tu humillado culo,
en tu calavera campanita.

Qué extraño era tu espejo, Federico.
Donde te preguntabas al mirarte
qué raro que me llame Federico.
Y qué rara es tu ausencia, Federico,
y qué raro tu nombre entero,
Federico, Federico, Federico.
Si lo digo tantísimo, se me esquina
la boca y por la boca lloro
este poema entero esta mañana.

Qué panzudas se vuelven las preguntas
por dentro de este siglo.

Nadie más que yo piensa en tu muerte:
Si lloraste, Federico.
Si cerraste los ojos cuando gritaron fuego.
¿Dónde se alojaría la bala enamorada?
¿Qué verso aún estará rebotando en tu cráneo?

Mientras todos preguntan dónde estás,
yo quiero saber qué habrías escrito.

Nadie más que yo piensa en tu vida:
En el pueblo de hembras que te habitaba.
En las gacelas del prado de tu hígado.
En tu niño pianista de navajas.

En tu sangre camboria y granadina.
En tu sangre entre Harlem y La Habana.
En tu sangre total y federica.

Iván Onia Valero



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