martes, 25 de junio de 2019


Cuando nací había muchísimos higos. No puede ser, me dirán, si era invierno y hacía frío.

Sin embargo fue así; estaban en todos los árboles, áun los que no eran higueras, y en medio de las flores. Oscuros, celestes o rosados; algunos desde el origen, traían adherida una violeta o una mosca. O en el punto central entresacaban una perla (nunca la dieron del todo). O se desprendían girando como astros envueltos en anillos de colores, hasta que casi exánimes tornaban al lugar.

Se sentía un aroma a almíbar y azucenas.

Yo, en medio de mi primer lloro, pues era a los pocos minutos de nacer, dije a mi madre: Hay higos.

Y mi madre miró sonriendo a mi Rosa abuela, y le dijo: Mira lo que dice.

Y mi abuela se aproximó, demasiado, con los ojos bajos, la sonrisa fija, y una tremenda corona de higos negros, gruesos y atormentados.


Marosa di Giorgio

No hay comentarios:

Publicar un comentario