domingo, 16 de junio de 2019

Big fish


Cada día escribo menos, un poco menos cada vez, como si me hiciera lento en la cantidad o la manigua de ideas me pesara en la mano con un plomo de aburrimiento. Me da miedo abrir un libro por si alguien ha escrito ya lo que yo llevo persiguiendo en mis años de pescador paciente y ha logrado atrapar al Gran Pez legendario o si, por el contrario,me aburre más de lo que yo puedo aburrirme a mí mismo.

Odio a los poetas básicamente por dos cosas: por mediocridad y por envidia.
A los primeros los dejo vivir y les doy palique incluso. Hablamos de asuntos dispares, pero nunca profundizamos, siempre tengo en mente algún pasaje de algo que haya escrito, una metáfora coja o un verso descarnado y horrible que me haya dado a leer, entonces nuestras vaguedades lo salvan de un buen puñetazo en los dientes y casi siempre acabo rascándome el bolsillo para invitarlo a la última cerveza.

A los segundos me gustaría matarlos y sé que ellos harían lo mismo conmigo. Tampoco hablamos demasiado de poesía, a lo sumo,
nos limitamos a citar a algún autor grande, demasiado viejo o demasiado muerto, ya se sabe, cuando un poeta lleva mucho tiempo
muerto, regresa a la vida en forma de anciano y de ahí no pasa, es eternamente un mueble antiguo al fondo de las conversaciones,
inmortalizado en su única fotografía de principios de siglo.
Tratamos de otras cosas por evitar la reyerta lorquiana de gallo, gitano y faca. Nos reímos y nos abrazamos a ciertas horas largas, cuando sólo queda un puñado de jinetes atravesando los bulevares y siempre tenemos una mano en el bolsillo que está tocando la punta de la navaja o la pistola por si al otro le da por enseñarte un buen poema, nos dé tiempo a matarnos.

Soy un hombre de cera consumiéndose. A los veinte años era un potro desencadenado a la vida, mastín de tinta que escribía como una
yugular recién cortada. Todo era taumaturgia y fiesta, pregón de la primavera y mi sangre manchaba las flores. Todas las metáforas eran
una mujer desnuda en el desayuno, todas las palabras una leche tibia y amarilla donde hundir la cara de alegría.

Cada día escribo menos. Pienso en que la lluvia y la tormenta llevan siglos diciendo lo mismo, fascinando con el mismo tempo. No les ha hecho falta cambiar el diapasón ni llevar sus trombones a afinar para deslumbrar con electricidad y agua a las nuevas generaciones.
Escribe eso, me digo a veces cuando el espejo me devuelve la copia de un tipo a medio acabar. Escribe el rayo y el aguacero, el gran poema, atrapa al Pez y repítelo tantas veces a lo largo de la historia que la gente no tenga más remedio que huir de frío al leerlo, abrir los paraguas o correr a las cafeterías a resguardarse de la belleza, a hipnotizarse detrás de los cristales mientras se enamora o seca la cabeza a sus hijos.

Iván Onia Valero, de Paseando a Míster O (Asociación Noctiluca, 2017)

2 comentarios:

  1. DETRÁS DE LAS PALABRAS

    1

    Cuanto más grande es el presupuesto
    más limitado lo que uno puede contar
    confiesa el viejo maestro Coppola
    quien a sus 69 años
    rueda películas de muy bajo coste: apenas 15
    millones de dólares

    El poeta
    mira su bloc de notas de 1,95 euros
    y tiende a disentir


    2

    Si la poesía no existiese
    los seres humanos no serían humanos

    También se puede ver al revés
    cuando los seres humanos dejen de ser humanos
    la poesía dejará de existir


    3

    Detrás de algunas palabras
    hay dinero

    Hay quien tras las palabras
    pone partidas enormes de armamento

    Otros respaldan palabras
    con ciencia y obras públicas

    La poesía intenta
    que detrás de las palabras
    haya vida


    Jorge Riechmann, El común de los mortales

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