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los poetas, esos cachorritos de la liviandad, canijos y volátiles con su idea sola, como una fruta nueva y elíptica imposible de morder, muertos del hambre, mendigando su literatura deforme en los recitales vacíos, y que alguna vez intentan una novela y cierran los ojos muy fuerte para inventarse historietas y tramas de personajes, me producen una lástima profundísima, casi llegando a la úlcera por pura pena. Los pienso y no puedo dejar de ver a un perrito al que le falta una pata y siempre llega el último a una pelota amarilla o al pato cubierto de hormigas que Cortázar quería que imagináramos para enseñarnos a llorar.
Iván Onia Valero
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