
A Elena Sánchez in memoriam
–Hablemos de la muerte–
Así empezaba este poema justo antes,
cuando iba a escribir la nieve
y el teléfono me puso rojas las manos de escribir este poema.
Yo quería hablar de la inmortalidad de los animales,
de Platero con los ojos hacia lo blando,
tendido sobre la tierra como en otro mal sueño del cansancio.
Mañana volveremos a los higos y a los cubos de agua donde flotan astros y naranjas
pensaría antes de volverse duro como una araña metálica
–las patas tiesas de reloj imposible,
los ojos blandos que ya no miran
el insecto encendido del establo–
acero y algodón derribados en dos días, muerto el burro,
inmortal en su ignorancia porque nunca supo
que la muerte es una corona de miedo y literatura.
De eso quería hablar
justo cuando el teléfono me puso rojas las manos de decir la nieve:
la abuela ha muerto,
la abuela ha muerto.
Le ha crecido un gladiolo donde el corazón
mientras yo descifraba el álgebra del frío.
Era un caballo de níquel la abuela,
deseando macetas y hospitales.
Era un caballo gigante que no sabía escribir la palabra abrazo,
pero abrazaba con una gramática honda
y con dos pechos de luto y titanio.
La abuela grande de la costumbre
se me ha muerto en el centro del poema.
Yo quería escribir la nieve
y sólo pude escribir la palabra nieve.
Esa es la diferencia:
Platero sigue en su sueño de dátiles
y mi abuela es un sueño del vértigo
y de la tierra.
Ivan Onia Valero
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