lunes, 25 de febrero de 2019

Como cuando uno piensa demasiado en su propia muerte


Amo profundamente a esta gata, la amo sin metáforas, como un hombre simple, solo con el abrigo de piedad heredado de mi especie y la conciencia remordida si recuerdo más de la cuenta ese segundo de abandono que me cruzó la cabeza, cuando la encontré canicular y medio comida por las pulgas de la basura.
Amo a mi vástaga parida desde el útero de la mierda por encima de las convenciones, de las frases hechas y de los neoliberales. Algunas siestas, antes de dormirnos, juego a imaginar quién querría que muriese si me dieran a elegir. Al principio con cuestiones sencillas; Belén Esteban o mi gata, Carlos Herrera o mi gata, Pablo Alborán o mi gata, y después me lo pongo un poco más difícil; Natalie Portman o mi gata, Messi o mi gata, un niño francés al que jamás conoceré o mi gata… hasta que me duermo sonriendo, mientras Amalia Rodrigues nos mece cantando Lisboa no seas francesa y me descubro siendo un tirano al que nadie entendería llegado el momento.
Pero a los pocos segundos doy un respingo en el sofá, como cuando uno piensa demasiado en su propia muerte, y bebo agua, casi un litro, me da mucha sed saber, con esa ferocidad de lo luminoso, que a nadie fuera de esta habitación le importan nada este amor ni estas ideas.

Iván Onia Valero

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