domingo, 13 de enero de 2019


Toda semana debe empezar con un asesinato.
Decía el poeta "me interesa sobre todo el presente porque es el sitio donde voy a vivir el resto de mi vida".
A mí me importa sobre todo lo que dure el pan, lo que de tierno ofrezca. Igual que del estraperlista me interesa que, cuando se abra la gabardina, sea capaz de hacerme creer en el oro de los relojes y las esclavas, que me prometa que son verdaderos los Rolex o el Bulgari, del pan quiero creer que su ternura es infinita, que la miga seguirá siendo tierna mañana. Harinas y levaduras, esos otros relojes falsos.
Y me interesa el periódico, su actualidad destartalada, su naturaleza de insecto tonto. Si una mosca dura de media veintiocho días y, en ese tiempo, le da lugar a enamorarse, aparearse, conocer el paraíso de una sandía, del hueso de un melocotón o de la cabeza de una sardina, el periódico de la mañana llega a la tarde herido de muerte y por la noche es un fiambre, un finado que se vela a sí mismo encima de la mesa, entre ofertas de supermercados y restos de la cena. El periódico al final del día siempre tiene una mancha de aceite del desayuno por donde empezó a entrarle la muerte.
Es necesario el crimen. Para que esta mañana tenga enjundia, gravedad, peso de actualidad y sangre de lunes, es indispensable asesinar a quienes éramos el viernes, el pasado jueves ¿quién se acuerda de qué almorzó el último martes?, ¿en qué cloaca navegarán ahora esos tallarines a la boloñesa o la merluza con guisantes?
El cementerio lleno de cadáveres de mí mismo, eso me interesa. Visitar a mis yo muertos, ser la viuda de mí mismo, llevarme flores de tomate, llorar tres lágrimas virgen extra.
Para enamorarme todos los días, tengo que matar al enamorado de ayer. Si mañana quiero estar vivo, tienen que encontrar mi cadáver a medianoche.
En eso se me va la vida.

Iván Onia Valero

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