domingo, 21 de octubre de 2018

Caribe mix 2017



Mi infancia son recuerdos de fin de año en familia
y un top claro donde a Sabrina le asoma un pezón.
Mi juventud, siete años de instituto en Sevilla,
mi historia, casi está escrita en una canción.

Qué mal pirata fue aquel niño,
qué llorón de secano, miedica,
apretando los ojos cuando John Silver, el Largo,
venía a por él para llevarlo a los mares del Caribe
y cerraba el libro atrapando un tiburón por la cola.
Mi infancia son recuerdos del mar lejos
y las canciones cerca:

Michael Jackson entra en mi salón
con su leva de muertos y se beben mi infancia.
Soy uno de los niños de Robert Miles,
encerrado en el piano hasta que aprenda
a bailar con su hermosa sonata en do mayor
para atolondrado y doncella.
¿Qué demonios hago aquí?
Yo no pertenezco aquí.
Ese soy yo en un rincón, ese soy
en el centro de la pista de baile, mientras
pierdo mi religión, los amigos
me sueltan de la mano y me pierdo
en los altos maizales de mi pelo entonces.
Lo añoro como a una novia que se cambia de colegio.
Pelo, mi primera nostalgia, soy tu extranjero.
Tumbado en la cama, Axel Rose
llueve su canto sobre noviembre
y meto mis dedos en la alegre estopa.
Sonrío porque es viernes y estoy enamorado
de las pequeñas hogueras del calendario.
Tonto melodramático, neurótico
hasta los huesos que, a ratos, muerde un gajo de alegría.

Eso soy al final de los 90.

La soledad y yo nos matamos mutuamente,
somos socios en el crimen,
una vez yo y tres veces ella.
Sólo quiero zigzaguear y alguien a quien no pueda resistir,
llorar con ganas en la garganta de Steve Tyler,
soñar con su hija y la dulce Alicia a lomos de un Cadillac.
Debo confesar que mi soledad me está matando ahora:
Oh Britney Spears, patrona de los pajilleros,
reina de los Cuarenta Principales,
larga vida a tu falda y tus coletas.
Sólo quiero zigzaguear,
ver amanecer en año nuevo,
ver anochecer desde mi viejo coche,
gritar por la ventana no seas membrillo
y hundir mis manos en los muslos tibios
de mis primeros poetas;
corazón coraza, tú me llamas amor
y un taxi recorre la distancia entre
García Montero y Brandon Flowers.
No me importa vuestra mala fama:
chicos tiernos, mafiosos de club,
soy una llave que necesita ser girada
y colocáis mis dientes enfilando
las frutas del porvenir.
Poetas míos, héroes de mi silencio,
dueños del himen de mi asombro.


He caminado bajo tantos paraguas desde el segundo milenio
que ya no recuerdo un solo centímetro de desolación.
Aunque el mundo reparta sus cartas
y la guerra se haya llevado su parte,
siempre tengo a alguien amparando mi triste osamenta
de niño en los tejados.
Tengo veinte años y pienso que el mundo es mío.
Con la luna en las pupilas y mi traje agua marina,
siento el miedo en los ojos de mis enemigos,
los mares se alzan cuando yo lo ordeno,
miro los cañones rotos por el cielo,
los barcos atuneros, los fuegos beduinos,
la luz de los campos petrolíferos al amanecer.
Cada segundo perdido es más de lo que puedo soportar.
San Pedro conoce mi nombre.
Son días bonitos.


A pesar del miedo al mar, no he dejado de navegar todo este tiempo,
buscando mis islas, el Caribe del presente.

I´m a lonely boy
que todavía vuela a Johannesburgo
en las bodas
y tiembla en los minutos finales.

El futuro era esto:
un traje de emperador a juego con mi aire súbdito,
un museo de medallas y de arazaños,
la cabeza rubia que ahora amo, brotada como un hongo de lo seco.
¿Quién quiere timón en la deriva?
quién, cuando ha sobrevivido a casi todo;
la crisis, Lopera, las versiones de Pitingo.
Soy el sepulturero analógico al otro lado del Atlántico
que abre una cerveza helada y mira la tarde
desde su porche en 2017.
Hasta aquí has llegado, pequeño Jim Hawkins.

En el nombre de hoy, Viva la vida.

Y brindo al Sol con el último salmo de occidente:

Sí, ya sabes que llevo un rato mirándote,
tengo que bailar contigo hoy.
Vi que tu mirada estaba llamándome,
muéstrame el camino que yo voy

(Oh)

y el Sol desaparece

des
pa
ci
to.

Iván Onia Valero

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