miércoles, 17 de octubre de 2018

Barbería doméstica


Porque sé que no hay justicia en el amor inconfeso.
Que no hay justicia en el amor callado
MARTÍN LUCÍA

A José Onia


Tienes en la cabeza las navajas
de labios rotos
y tu nuca desnuda es un satélite
en el mediodía.

Hablas, tu paladar es un racimo
de números en verso y de limones.

Callas igual que un muerto doblado
y el silencio se te para en la frente
con níquel de luz y de sienes.
Callas y la tijera siega el aire
que llena el suelo de peces muriendo.

En ocasiones pienso en los naranjos,
su dureza estival y verde,
su forma de prometer el invierno.
Otras pienso en tu padre y en su padre…
como se piensa en los horizontes.

Pienso en el azar, en las dos miradas
buscándose debajo de la fiesta,
deseando la patria de lo oscuro.
En tu madre que ya amaba los árboles
y luego amó a mi abuelo.
En la primera noche donde todos
fuimos Origen.

A lo largo de las generaciones
tú y yo hemos comprendido que el amor
es un bisonte a punto de ser cazado,
un tejado de barro,
la sopa de hacha,
el revólver de madera.
Es el sabor a tarde de domingo
–metal de la derrota–
la hierba entre los dientes
o la victoria, que nos deja extraños
como andar con zapatos prestados.

Todo menos la luz de los signos,
menos el agua clara de las palabras
es el legado de nuestra estirpe;

estas navajas rotas,
estos peces muriendo,
esta plata caliente de mis manos
que el viento esparce
es todo el amor que nadie, nunca,
nos ha dicho.

Iván Onia Valero de Galería de Mundo y Olvido (Ediciones en Huida, 2013)

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