jueves, 31 de mayo de 2018

El primer día


Trajeron una manta de algodón, tibia
y giraron su cabeza hacia la ventana
SHARON OLDS

Todo es arbitrario.
El diablo baila claqué con sus zapatos de Sí y de No,
elige sobre los cráneos quién o quién.
Puede provocar úlceras pensar en las coordenadas,
falta de confort, úlceras como puños
si se piensa más de la cuenta en las fórmulas de la sangre,
trayendo pasajeros con su campanita
y su gorra de plato.

Quiero que lo sepas:
podrías haber sido tú o podría haber sido otro,
pero menos mal que fuiste tú, breve niño,
menos mal que flotabas cerca de ese anzuelo
y lo mordiste para papá y te besé las alegres branquias.
Ahora es fácil,
te cuento esto, lo crees,
das palmadas, sonríes porque no extrañas al locutor,
sólo eso.
Mañana me invento que una gitana te dejó en la puerta,
lo vuelves a creer, lloras bajito,
abrazas algo cerca
y algo cerca te abraza y te dice es mentira, es mentira.

Cuando caduquen todos mis cuentos,
contaré la verdad, me pondré grave,
te hablaré de la muerte y su préstamo.
Somos una moneda que alguien guarda;
a mí me guarda el abuelo
y a ti te guardo yo,
hasta que la muerte ponga en tu palma
una moneda suave y susurre

guárdala, no la gastes, un día vendré a por ella

y dormirás tranquilo cada noche
tocando la moneda en tu pantalón
y no dormirás tranquilo ninguna noche.

Mi temor va cosido a tus preguntas.
Le tengo miedo a las complejidades,
a los hombres que se despiertan en mitad del descanso,
miran al techo, se preguntan
por qué nadie les dio a elegir,
qué hacen aquí. Qué hacen realmente aquí.
Hombres que están en el centro de las cosas,
no a salvo, sino a punto de caerse por dos lados diferentes
de la realidad
y la verdad les entra por unos ojos enormes.

Te han traído envuelto en mantas,
han girado tu cabeza hacia la ventana.
Yo sólo deseaba que tus ojos
fueran pequeños y simples,
ojos de adolescente bruno
que llora de verdad en los entierros
y aguanta mucho bajo el agua.
Ojos de hombre sin preguntas.

Pero son grandes ojos de niño llevándose
flores y colillas a la boca.
De joven pálido que odia la playa
o encuentra manzanas en las olas.
De hombre despierto en mitad del descanso
que mira el techo,
y el techo le devuelve la mirada.

Iván Onia Valero

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