sábado, 15 de noviembre de 2014

Entre las estrellas


Ocho años separado de ti
son veinte minutos en este planeta.

La naturaleza no da saltos pero yo
he cruzado océanos de tiempo
para recuperar lo que ya no eres.
Y te he perdido de nuevo,
y te he vuelto a tener.

Me has dejado, has muerto, no has sido.
Nos volveremos a reconocer,
a querer y a odiarnos: destino.

Y yo volveré al desierto
de los espacios abiertos
donde morirme de amor
viviendo de par en par.

Mirando hacia arriba, atrás,
a otra dimensión: tus ojos,
pasado, abajo, recursividad.

Tendremos otra oportunidad,
después de infinitas más,
que ya fueron antes,
tú y yo, fantasma,
allá, en algún lugar
entre las estrellas.

Manuel Alejandro López Pérez

lunes, 10 de noviembre de 2014


Perdóname, País
No es esta casa, este barrio, esta ciudad,
es este país entero, este desastre con nombre
y apellidos olvidados o muertos de desidia,
esta palabra herida de orfandad,
esta pluma que se niega a escribir correctamente
y este dolor que duele sin herida, y sangra
sin sangre y sin color, esta canción
sin letra conocida, como un lamento eterno,
como un ¡ay! infinito de tristes plañideras…
Este país, que se va por la ladera incontenible
como un río de semen corrompido,
este país que ha parido en este siglo
tantos hombres indignos
de llamarse a sí mismo honrados patriotas.
Este cabrón país hijo de puta hablador de cien lenguas
que no entiende ninguna.
Este país…
Perdóname País, ya sé que no eres tú
culpable de todos los errores de Pilatos,
que no solo los Judas y los ladrones te negaron,
que son muchos los que meten la lanza en tu costado,
la mano en tus bolsillos, los pies en tus sandalias
y te dejan dos mil años descalzo y moribundo
esperando a que mueras para darte el último zarpazo.
Perdóname País, ya sé que no eres tú.
Que son estos paisanos.

Lola Almeyda
Cuadro: "La miseria" de Cristóbal Rojas

jueves, 6 de noviembre de 2014

Paisaje con río


Los hombres han dejado de temblar sobre la noche,
de extraviar el fuego de los muertos
que dulcemente llaman bajo el peso del mundo.
No estoy dormida, sólo juego a caer sobre los sueños
como una tierna aguja.

No quiero deshacer el nudo que me afirma
a la sangre de los iluminados,
yo quiero que mi voz descuelgue del cilantro
y que el índice marque el cuello del embudo
donde resbala el día como un veloz jinete:
esa aventada huella,
su derrota.

Voy a nombrar la esquela de los locos,
de los que guardan el cordón del grito
en la eterna preñez del desamparo:
Ofelia con su luz ahogada,
la mano de Celan abriéndose al paisaje
como un ala difunta sobre el Sena.
Hay en la pureza alguna lengua rota
donde la oscuridad reniega de sus hijos
y los arroja al vaso silencioso
para beber la culpa,
esa infinita culpa.

Todo lo que el dolor alcanza se hace libre
o necesario
o verso.

Sara Castelar Lorca