martes, 22 de marzo de 2011

Canción desalojada


Sí,
tú conoces la tarde que se cae
por ley de gravedad de quien la mira.

Y conoces su luz,
devaluada, fría,
como un cristal sin ánimo.



Oyes que son las siete.
Desde la superficie metálica del mundo,
todo está envejecido.

Porque la tarde cae
como una forma de sabiduría,

y es también una edad,
una balanza fatigada,
donde la vida empuja más que el peso de un sueño.

Y va la tarde todavía
cayendo más aún, más tristemente,
con ese desmayado color de las preguntas
sin respuesta,
que es el color del tiempo,
el color de vencidos autobuses
cruzando la ciudad.
Son como tardes
y arrastran viejos su pintura ambigua.

Por eso estás de espaldas,
mirando hacia el vacío como todos,
desventurado, anónimo,
en medio de la espera que conduce
tus pasos a la noche:

y ya no sabes
si será la noche

una forma difícil de la luz,
una interrogación desalojada
o simplemente soledad y frío.


Luis García Montero

lunes, 21 de marzo de 2011

Volver

Aunque inalcanzable parezca
el tiempo de frutecer
MARTÍN LUCÍA

Uno al final convoca al insomnio de un bostezo
y decide encender el fluorescente
dos meses después, como si dios prendiera
en su escritorio de polvo a la luna desterrada
y una ceguera cándida trajera
los versos que creyó suyos un día,
la labor de sus dedos olvidada.
Entonces todo vuelve a fluir rápido;
la sangre está agolpada en el recuerdo,
lo rodea, lo exprime, gira la mano
bajo la noche y teme a la palabra
amor, que siempre llega cruda y despiadada
igual que un desafío en la garganta.

He regresado desde el invierno como un pájaro
desvencijado a esta primavera de fresas
donde nadie soporta decir melancolía
sin pudor y los árboles estrenan la piel
de adolescentes que se apoyan ebrios y salidos
sobre las verdes ingles de su tronco.

El mes de abril dispersa a los suicidas
y los convoca para el sol de otoño,
los universitarios beben litros
a la luz con sonrisas impecables,
y en una plaza ya sin policías,
se confunden de labios,
se aman en plena fiesta.

Ley absurda ésta de volver en primavera
aunque la vida sangre como una baba
por las esquinas rotas del corazón
y la esperanza exista como una tibieza linda
que se va enfriando a medida que no regresas.














Iván Onia Valero

martes, 15 de marzo de 2011

Lluvia

La lluvia con su memoria...
ADRIANA SCHLITTER KAUSCH



De un cielo descosido se vierte esta
leche azul que ya sabe a ti en los hombros.

Recuerda a un verano de asoladas
barcas y restaurantes de ventanas
fingidas con turistas refugiándose,
de bañistas confusos con la lengua
extendida y los ojos en un puño,

y a un parque de octubre con cinturas
y brazos hechos nudo bajo el paraguas.

La lluvia se hace labios en la memoria
y es imposible no volver atrás.

Más cuando la avenida vuelve a ser
tumulto verde, voces de semana,
y los charcos existen como un circo
que pronto dejará la ciudad.

Pero sobre todo si hay sangre seca
en las vidrieras del café y no puedo
dejar de pensar en manchar el barro
con mi dedo limpiando tu nombre.














Iván Onia Valero

martes, 8 de marzo de 2011

Lo que la final nos roba. Versión 2.011



Antes de que despuntara la mañana
y antes del cambio de guardia de las torres centinelas gaditanas,
he pasado por sus calles sin que ninguna me viera,
he robado su bandera y he cruzado el torreón
y el Campo del Sur sonriendo me ha empujado con el viento
hasta la plaza de las siete catedrales
porque el muy demonio sabe que si allí me encuentro a dios
él dará la media vuelta, abandonará su casa
y dejará la puerta abierta para que aquí reine yo.
Que aquí no se necesita más que nuestras mojarritas,
que son las únicas que reinan en la tierra y en el mar,
allí no hacen falta más reyes, dioses ni demonios
que en Plaza de San Antonio un pregón de carnaval
sea para bien o para mal convoca a la ciudad entera
y se hace ley de una manera tan anticonstitucional y tan nuestra,
que ya no se necesitan más que nuestras mojarritas.
No es libertad, es una cárcel sin más reja ni alambradas
que su forma de vivir y cuando la quieren abrir solita se vuelve a cerrar.
Valga la pena soportar esta condena si con ella tengo llena de un deseo el alma mía.
Que por más siglos que pasen y puentes que pongan,
no se vaya la alegría.

Juan Carlos Aragón Becerra

viernes, 4 de marzo de 2011














Cuando quise volver sobre mis pasos,
las aristas de todo lo que había
perdido alguna vez me iban sajando
las manos porque no supe ver el acero.

Quedaron sólo entonces estas cestas
de mimbre que compuse nudo a nudo
cuando la vida aún no me dolía
en los costados o pesaba poco
y agosto parecía un viaje largo
en el que revolcar tu pelo y mi pluma.

Estas cestas de palma, que llevaban
el motor de autobuses –continentes
del verano raído en los asientos-
y a ti en ellos con la falda amarilla
y tu abrazo caliente de kilómetros.

¿Para qué preguntar? Cuando el acero
no conocía aún cómo trepar
a tus labios y el verso era tan sólo
un juego que inventé para que te
quedaras.

Quién iba a saber en aquellos días
que a la memoria le crecen colmillos
dentro del calendario y que noviembre
rompe los flacos huesos del verano
con la ternura de lo inevitable.

Esta sucia manía sin respuesta
sólo hallará descanso con mi muerte.

Por qué escribo, me dices.

Porque hay libretas sin sueño.
Porque hay relojes que atrasan.
Porque hay nostalgias con dueño.
Porque hay olvido y palabra.




Iván Onia Valero