domingo, 4 de septiembre de 2011

Para que me sobrevivan mis libros


















Para que me sobrevivan mis libros,
al caudal de muerte e incertidumbre,
necesito un buen hijo que los ame
y sienta también la necesidad
extrema de que a él le sobrevivan,
a su caudal de muerte e incertidumbre.
Le enseñaré, como conmigo no hicieron,
a no doblar las esquinas cuando
le venza el sueño y tenga que acudir
a los asideros de la memoria
en plena noche.
Le instaré, como a mí nunca me instaron,
a subrayar con el inocuo lápiz
las palabras que habrán de acompañarle
siempre, por si algún día en su camino
le urgieran y no supiera encontrarlas.
Le amarraré el corazón a las letras
y contaremos las templadas sílabas
con una sencillez dominical,
al tiempo que veré amarillearse
en unas manos jóvenes los años
que tuve el silencio y la juventud
intactos.

Pero si no es así, si mi hijo no ama
o si sólo existe en las terribles sombras,
para que me sobrevivan mis libros
sólo pido el respeto de una estancia
fresca, firmes anaqueles y una mano
que los rescate cada primavera
del exilio de bancos y miradas.


Iván Onia Valero
Óleo: Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. Juan Carreño de Miranda, 1676.

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