viernes, 29 de julio de 2011

Diatriba a la ambición


















Había una edad para ser algo más en la sociedad, pero la pedí prestada para ser algo más en la intimidad. Buenas noticias, pues, por haber empezado a cortarme las amarras de tantos proyectos inertes. El peso de las medallas nunca es comparable al peso del aire que se respira, y ninguna conversación en los despachos de la cima tiene la fuerza de la soledad voluntaria y probada en todos sus matices. Digamos simplemente que estoy a punto de cambiar de embarcación. Nos educamos para conocer perfectamente la ruta de los mares. Salíamos con nuestro fueraborda y la línea recta era implacable. La velocidad de los vientos y la fuerza de los motores nos permitían llegar siempre al puerto deseado y a la hora convenida para ser los primeros. Y ahora, cuando ya hemos aprendido a leer las randas de espuma de las playas, he decidido cambiar la navegación a motor por la navegación a vela. Quizá sea verdad que no sé dónde voy, pero sí que sé adonde no hay que ir nunca. Tarde o temprano encontraremos el puerto de llegada, pero de camino tendremos que sortear los escollos y las corrientes, y llegaremos a tierra firme cuando ya no queden ni la banda de músicos ni discursos oficiales, sino la chica que está a punto de cerrar el último bar y que nos ofrecerá la última copa de la madrugada, la última habitación del hostal, quizá el último beso de buenas noches.


Fragmento extraído de Parada obligatoria de Joan Barril

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