domingo, 15 de mayo de 2011

Travesía

Cuando se llevan dos años, o dos siglos, ahora esto no es importante, caminando por el desierto, los ojos se acostumbran a la árida línea del horizonte, los pasos se amoldan a la sutil onda del suelo y la noche adquiere las sombras de los familiares edificios de la que creemos nuestra verdadera ciudad, no un sitio de paso, sino el seno definitivo que habrá de albergarnos.
La alegría siempre llega desde un aliento desconocido, ajeno a nosotros que enterramos la esperanza en alguna duna sólo para hallarla en forma de oasis, alguien, muchas personas en realidad, pueden recordarnos quiénes éramos antes de convertirnos en estos canallas de ahora, los versos que escribimos en otras tardes que pertenecen a una vida sepultada, pero que no deja de ser la nuestra aunque los zapatos revienten de arena y los labios se agrieten sin memoria.
Volver a ser, convertirnos de nuevo en lo que nunca debimos dejar de lado aunque la arena nos rodeara con su monotonía e irrealidad. Ir saliendo paso a paso hasta sentir en las venas secas la nueva sangre recorriéndonos sin escalofrío.
Llegar a las puertas del desierto para pasar por fin al otro lado como el que regresa a su barrio antiguo, donde los abrazos cuelgan de los árboles y el vino vuelve a fluir por la garganta igual que una victoria polvorienta, atravesando la atmósfera la única palabra que queremos escuchar en ese momento:
BIENVENIDO.














Iván Onia Valero

3 comentarios:

  1. Bravo por las palabras empleadas para describir la travesía bíblica por el desierto; la metáfora de la odisea homérica también hubiera servido para poner nombre a tantas vicisitudes que, este sentimiento nuestro de las trece barras, ínsito en su corazón el propio mal fario pero ajeno a cualquier atisbo de triscaidecafobia,sentimiento valiente, cual Ulises, ha tenido que soportar y superar en esta su vuelta a Ítaca, que también es nuestro regreso a casa, donde la mano amada de Penólope, con una caricia nos dará la bienvenida y poniendo su dedo sobre nuestros labios, silenciándonos, nos hará ver la innecesariedad de cualquier explicación de todo lo acontecido.El mero regreso basta, instante en que relampaguea la felicidad.

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  2. De todas las prosas leídas, ninguna tan maravillosamente sorprendente como esta. Como ya sabes Iván, la prosa y la poesía sólo es del que la escribe unos instantes para pasar a ser del que la lee, que la hace suya.
    Yo, en este caso, atravesando cada una de tus líneas, he encontrando observándome y saludando gran parte de mi vida. Me he visto quemada por el sol y arañada por la arena al secarme mis propias lágrimas con las manos, ahogada y sin voz de repetir tantas veces lo siento sin dunas si quiera que puedan devolver el eco para que sea oído, me he visto paralizada por el miedo, la rabia y el frío por no haber dicho un "no" contundente y a tiempo...para encontrarme, al final del camino, desgastada, inmensa y fuerte con gotas de lluvia sobre el rostro que me reciben diciendo: " Ya has llegado, te he oído".

    Soy colchonera, también hemos pasado nuestros años en el infierno. Enhorabuena, Béticos"

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  3. Muchas gracias por vuestras palabras que no vienen si no a completar a estas con el empaque del sentimiento compartido y con el continente macizo de la belleza que las ordenan, un abrazo.

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