viernes, 19 de febrero de 2010

Sinrazones

Quizás las cosas menos útiles, las ineficaces, aquello que no sirve para nada y sin embargo es llevado a cabo inexplicablemente, atienda a recónditas partes del cerebro a las que sólo acceden de vez en cuando los bellos rayos de la locura. Suerte del hombre que tiene una parte del corazón en constante peligro de derribo y que no abandona el lugar pese al riesgo que supone morirse de tristeza entre las ruinas de aquello que no ha sido aún doblegado. Es allí, entre amigos y cerveza donde los vértices de la sinrazón vuelven a unirse frente a un televisor con la secreta intuición de que hasta toda la mala suerte del mundo aún puede tener un sentido que desconocemos y de que el color de la esperanza no podrá ser nunca otro.














Iván Onia Valero

miércoles, 17 de febrero de 2010

Doble de ron

Empezar el periódico del domingo por la contraportada, es un alivio de la honda realidad, de sus números y de sus índices de sangre, ir directamente al final es desabrocharse algo, poner los pies en alto, beber un trago de aquello que tengamos a mano, es querer ver el mundo con los ojos de Manuel Vicent mientras una ola se mete hasta nuestro salón y los gritos y los muebles arrastrados de tu vecino se convierten, de pronto, en una melodía de Edvard Grieg.
A veces, las palabras parecen ir en contra de toda la ambición que se le presupone al hombre y el pensamiento queda luego de la lectura manchado de café y no se va en toda la mañana. Serrat dijo que sus columnas no pretenden soportar ningún peso muerto y que sólo están dedicadas al placer de los sentidos. "Con él llegó el escándalo, la desvergonzada demostración de que 438 palabras pueden encerrar un mundo" escribió Harguindey acerca de su rutina semanal. 

Un mundo que nos llega nuevo cada mañana de domingo, como si la palabra sin más fin que la belleza por primera vez tuviera cabida en los diarios, aunque sea en la contraportada.

Iván Onia Valero




¿Quién de vosotros podrá habitar bajo una lluvia de fuego? Esta amenaza de Isaías fluía sobre las olas del mar y al abatirse contra las rocas levantaba una espuma violenta al pie de la terraza del restaurante donde un hombre y una mujer tomaban cerveza muy fría. Ay de aquellos que han puesto la esperanza sólo en sus caballos de hierro, clamaba el profeta.

Camarero, por favor, no se olvide de la ración de calamares. Y el oleaje seguía diciendo: a la voz del ángel huyeron los pueblos, quedaron disipadas las naciones y al recoger los despojos de los muertos el Señor de los Ejércitos fue ensalzado. Aquí suelen dar un rape que no está mal, dijo el hombre. Yo me voy a pedir una brocheta de langostinos, dijo la mujer. ¿ Compartimos una ensalada de tomate con hierbabuena? El hombre y la mujer se amaban con los ojos por encima de las copas de cerveza, pero a cada uno el sonido del mar le traía una voz distinta desde el fondo de la memoria. Él tenía la mente puesta en las tinieblas e incluso podía vislumbrar toda la maldad de este mundo aleteando sobre el espíritu de las aguas. Ella creía que ese mar aún era maravilloso para bañarse y decidió darse esa placer como un acto de rebeldía.

Desde la terraza descendió por una escalera entre las rocas hasta una pequeña cala. El hombre la vio desafiar las olas que la golpeaban de espuma e imaginó que para ella aquella dicha natural era incompatible con todas las tragedias, incluida la propia muerte. Aún le resbalaba la luz sobre su piel mojada cuando subió a la terraza donde el camarero acababa de dejar en la mesa la brocheta de langostinos y el rape a la plancha.

¿Qué tal estaba el agua? Muy buena. Báñate. No sabes lo que te pierdes. ¿Me pides otra cerveza? En una escuela de Beslán acaban de morir acribillados por la espalda centenares de niños, en Jerusalén ha reventado un suicida dentro de un mercado, en Gaza los helicópteros israelíes han ametrallado a un múltiple entierro hasta el interior de los féretros, un coche bomba ha cosechado hoy tres docenas de soldados en Bagdad.

La pareja no cruzó ninguna palabra de placer hasta que en la sobremesa tomaron ron con hielo y dentro de ese licor se fue deshaciendo la tarde sobre el mar tendido. Ante aquella belleza el hombre se llenó de melancolía. No pasa nada por ser feliz, no es culpa de nadie, murmuró la mujer acariciando sus lágrimas. Entonces hasta la orilla del mar llegó de nuevo la voz del profeta: embriagada está de sangre la espada del Señor. Y el hombre dijo: Está bien. Camarero, otro ron.

Manuel Vicent

Don Camilo

Cuan salvajes y gloriosas se prestan estas chucherías para nuestros oídos y vista, del ínclito Don Camilo, gloriosa la descripción de la musculatura de la pija hispánica del mozo archidonero, así como su particular visión del futuro que le aguarda a su desmembrado cuerpo una vez hubiera desaparecido de este mundo. Disfruten.

LA DONACIÓN DE MIS ÓRGANOS


Quiero el día que yo muera
poder donar mis riñones,
mis ojos y mis pulmones.


Que se los den a cualquiera.
Si hay un paciente que espera
por lo que yo ofrezco aquí
espero que se haga así
para salvar una vida.
Si ya no puedo respirar,
que otro respire por mí.


Donaré mí corazón
para algún pecho cansado
que quiera ser restaurado
y entrar de nuevo en acción.


Hago firme donación
y que se cumpla confío
antes de sentirlo frío,
roto, podrido y maltrecho
que lata desde otro pecho
si ya no late en el mío.


La pinga la donaré
y que se la den a un caído
y levante poseído
el vigor que disfruté.


Pero pido que después
se la pongan a un jinete,
de esos que les gusta el brete.
Eso sería una gran cosa
yo descansando en la fosa
y mi pinga dando fuerte.


Entre otras donaciones
me niego a donar la boca.
Pues hay algo que me choca
por poderosas razones.
Sé de quien en ocasiones
habla mucha bobería;
mama lo que no debía
y prefiero que se pierda
antes que algún comemierda
mame con la boca mía.


El culo no lo donaré
pues siempre existe un confuso
que pueda darle mal uso
al culo que yo doné.
Muchos años lo cuidé
lavándomelo a menudo,
para que un cirujano chulo
en dicha transplantación
se lo ponga a un maricón
y muerto me den por culo.


C.J. Cela.