martes, 28 de mayo de 2019

Un ser de cercanías


El café. Pido el café, bostezo contra el bostezo por una moneda, ojo que busca a su cíclope entre la acelga del periódico, brebaje favorito de los muertos, porque los leo mientras bebo y en lo que tarda en evaporarse este tímido veneno, vuelven a la vida los poetas
muertos y los desterrados.

Ayer me llegó por correo Un ser de lejanías, obra de 2001, genial y descatalogada, que he encontrado en una librería madrileña. Descatalogar un libro es matar dos veces a un escritor desaparecido.
Imagino desde aquí el libro allí, sólo en su frío, que supongo vertical y tibiamente ordenado, ordeñando a ratos el polvo o la leche agria
de los relojes, a la espera de una llamada redentora que lo descuaje del olor a mierda del olvido. Lo imagino rodeado de compañeros, en ocasiones inesperados, como esa vez que una estudiante de primero le colocó al lado a Umberto Eco porque creyó que Umberto era un bonito apellido, de esos de buen padre para un futuro hijo, a la edad en la que aún se sueña una casándose, blanquísima, con alguien divertido, con un poeta del barrio latino o un carpintero pobre de manos astilladas que fabrique caballitos, cunas y cucharas.

Este libro tiene búfalos dentro. El búfalo, como otros peces de tierra, es un animal cuya característica principal es que ya ha escrito
lo que tú llevas años persiguiendo escribir, por ejemplo:

BÚFALO I: sólo me interesa el presente porque es el sitio donde voy a
pasar el resto de mi vida/

BÚFALO II: ese miedo de las cuatro de la mañana, entre los tulipanes
de la orina/

BÚFALO III: no hablo ni escribo para convencer, sino para fascinar. La
literatura no es pedagogía sino magia/

BÚFALO IV: hace falta mucha humanidad para mirar como un perro/

BÚFALO V: el frío es como una categoría de la luz/

BÚFALO VI: no hay profundidad, la vida es esto. Sólo somos lenguaje y
emoción pasajera. Idioma y fornicación/

BÚFALO VII: sólo perdura lo que se dice en metáfora/

(aunque esto último lo dijo Proust).

Tengo libros repletos de búfalos: Machado, Paz, Whitman, Hernández, Valente, Hierro, Vallejito, Angelito, Biedma…
y también: Cuevas, Kausch, Alonso, Castelar otra vez Hernández

Grande y Paco fueron, sin remedio, dos búfalos enteros, uno albino y otro miope, a los que temo leer demasiado por si lo han escrito ya todo y me dejan seco, estaqueado, manco, canijo de poemas, inútil y tristemente tullido hasta el fin de mis días.

Hace unos minutos, tras pagar y pedir prestado un lápiz para copiar estas frases, me han dado el cambio del café y, entre las mo-
nedas, hay una peseta queriendo ser diez céntimos -son raros los presagios- con su redondez rubia, como una de esas actrices que resultan patéticas cuando se tiñen o quieren engañar al tiempo escondidas entre un ramillete de chicas jóvenes en la gala anual del perifollo. Después, anoto el último búfalo de la mañana:

BÚFALO VIII: hay días en que los muertos andan más entremezclados
con los vivos. Hoy es uno de esos días/

y corro al baño, a asomarme al espejo por esa cosa tonta de comprobarme aquí, en el mundo, con mi nombre bisílabo, mis torpes metáforas, mis sueños de búfalo.
Un ser de cercanías, lejos aún de los descatalogados y de los muertos.

Iván Onia Valero, de Paseando a Míster O (Asociación Noctiluca, 2017)

No hay comentarios:

Publicar un comentario