miércoles, 22 de mayo de 2019


Se pierde lo rubio del pelo como se pierde lo rubio del alma, el es­tofado de oro con que nos decoró la vida en un principio. El pelo duda hasta quedar en un castaño mediocre, a los ojos, todo marrón corriente, que es el color de los que no vamos a llegar nunca a nada. Era mi pelo rubio trigal por donde pasaban palomas femeninas como manos, vientos de primavera, ráfagas, y hoy sólo pasan peines tristes, y el rastrillado de las ideas, que un día me alborotó la cabellera de me­táforas, y que hoy me va dejando la cabeza como un campo sembrado, roturado.

Da miedo mirarse al espejo, peinarse, siquiera sea con los dedos, porque no se vaya el pájaro raro de la idea, de la cosa. Es el momen­to de ponerse a escribir, porque el pájaro picapinos me picotea en la prosa como yo picoteo en la máquina, el pájaro carpintero quiere construir algo, no se sabe qué, hasta que de pronto, en un cambio de folio, en un cambio de párrafo, comprende uno que el pájaro ha vo­lado, que ya no está.

Tapo la máquina y leo lo escrito, o lo rompo. Y a esperar que venga otra vez el pájaro, que no es la ins­piración, desde luego, ni tampoco el Espíritu Santo, sino realmente eso, un pájaro de vuelo e idea. Bueno, pues uno teme quedarse sin pelo y quedarse sin pájaro para siempre, y será el momento de darse el tiro en la sien limpia, porque cuando la vida nos retira el pelo de la cabeza, parece que nos invita a darnos el tiro limpiamente.

Francisco Umbral

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