jueves, 4 de octubre de 2018


Un domingo se vacía como un mar desahuciado. Si cojo el teléfono, temo que me pongan con el cementerio. El frío me amortaja con cintas de fiebre y vuelvo de los viajes con una urgencia postal y póstuma. Mi vida ha sido tan larga que puedo meter la mano en cualquier bolsillo y sacar un diente perdido de la primera infancia. Fui una estatua violenta que desafiaba las constelaciones y ahora mi cuerpo es un asilo donde multitud de ancianos quieren oler una rosa. Solo me queda la cabeza, como una ventana alta, para embeber el cielo y morder no se qué manzana desconocida.

Francisco Umbral

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