domingo, 19 de agosto de 2018


Miro el campo llano al que le cae una sombra de no se sabe dónde, desde el cielo sin nubes, una sombra como una mancha del sol, por la que se ve que en el sol no todo es luz, que no es luz todo lo que alumbra. Miro el mar del invierno, en las ciudades de allá arriba, la labor pastoral y feroz de la espuma, su ir devorando la vida y la costa con una paciencia de agua, miro la soledad del mar, el silencio de las rotativas en los periódicos dormidos, el alón cansado y polvoriento de los aviones, mate de estrellas, miro el pan partido con una víctima, el domingo de las oficinas, las formas imprevistas de mi pelo, el campo, que ha dejado sus dientes tristes en mis botas,la torrentera de mis muslos, ese gesto vacío que tienen las mujeres cuando toman conciencia de un hueco en su carne, miro los libros que se adensan de polvo y entornan sus letras en las librerías donde no voy a comprar nada, o esa primera inutilidad de la ropa de invierno en un inesperado día de sol, el abandono húmedo con que nos espera, las papeleras con la satisfacción del deber cumplido, llenas de papeles y cintas de máquinas viejas, los juguetes de lo alto del armario, que mi hijo ni alcanza a ver y que nunca pedirá, la docilidad de las puertas, la serpiente marrón de defecaciones, el color azul de algunos zócalos, nunca igualado por nadie, los pueblos solitarios, con un palacio abandonado, como un barco hundido hacia arriba, en los aires, por el que pasan peces de sol y aguas de atmósfera. Y nada de eso es el tiempo, sino sólo el paso del tiempo.Miro el descenso de los ascensores visto desde dentro, el despertar de las cocinas, donde la cena dela noche anterior ha tomado ya aspecto de crimen, los perros que me miran mientras defecan en la vía pública, con unos ojos de paz y egoísmo, los quioscos fragantes de actualidad, el desayuno oscuro de las viejas, la hierba que crece a ojos vistas por la mañana, las teclas de mi máquina, como un armonium desguazado, el humo de la comida del mediodía, a través del cual ve mi infancia, el color de tela triste que tienen las cuatro de la tarde, la agonía de las ciudades en el anochecer,cuando un viejo está matando a una vieja sin que nadie lo sepa hasta el día siguiente, miro mi edad en los espejos de las tiendas, el sueño de mi hijo, la lluvia sobre los faros olvidados de una automóvil, la serpiente de grasa dormida en las traseras, y nada de eso es el tiempo.

Francisco Umbral

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