lunes, 7 de agosto de 2017

Verano de 2017


Tal vez dentro de muchos años para unos niños que ahora juegan en el jardín de la casa junto al mar este verano de 2017 será recordado como el de aquellas vacaciones en que unas golondrinas habían hecho su nido en una viga de la terraza. Llegaron en abril, la hembra eligió un macho de su gusto para aparearse y juntos comenzaron a pegar con el pico pequeñas cargas de barro y terminada la obra, ella puso cinco huevos blancos con motas negras y los dos por turno los incubaron. Esta era su segunda nidada. Hubo que apartar algunos sillones y poner un periódico abierto en el suelo. ¿Qué pasaba en el mundo mientras tanto? Pequeños excrementos de golondrina caían sobre una página en la que se podía leer: bombardeo en Alepo, un suicida causa otra carnicería en Irak. A las tres semanas asomaron por el filo del nido cinco polluelos con la boca siempre abierta que los padres trataban de saciar con al menos 300 viajes al día trayendo insectos que cazaban en el aire. A uno de los polluelos, al más débil, en la pelea feroz por la comida lo expulsaron del nido sus hermanos. Una mañana apareció muerto sobre el titular del periódico que daba el naufragio de otra patera con un centenar de inmigrantes ahogados en el mar de Alborán. Los niños lo enterraron con lágrimas bajo el limonero, pero la lucha fratricida por la vida continuaba. Días después otro polluelo cayó del nido y expiró sobre la noticia de una matanza en Afganistán y en el jardín hubo otro entierro. Los tres hermanos más fuertes crecieron, un día abandonaron el hogar, los padres los siguieron alimentando posados en un hilo; los enseñaron a volar, a cazar y cuando aprendieron la lección, desaparecieron. Dentro de muchos años de estas vacaciones los niños no recordarán otro acontecimiento; será aquel verano de 2017 en que enterraron dos polluelos de golondrina bajo el limonero.

Manuel Vicent

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