domingo, 28 de mayo de 2017


Hay una dimensión del hogar que sólo descubre el niño. De la persona descomunal que le toma en brazos, sólo le interesa un botón determinado. Del mar sólo le interesa una concha. Sabe reducir lo enorme a su medida, compendiar el mundo y entenderse con lo inmenso mediante lo pequeño.
Por la noche, entra en el sueño como en una gruta viva. Cualquier postura es buena, y el dormir le sorprende siempre yendo a hacer algo, en ademán de tirarle a la luz de su túnica o apresar el agua por la garganta. Toco su pelo de luz, su rostro simple a la mirada, pero minucioso al tacto, su piel de queso que ama, su carne que huele a calle, a frío, a actualidad furiosa, y aparto el dolor de que el niño haya nacido, pueda morir. Sólo quiero sentir en mí este cuajarón de existencia, esta ráfaga de animalidad que le ha robado al hombre retazos de lenguaje, este amago de humanidad que todavía se asoma a las cuevas húmedas de las otras especies y conversa con ellas.

Francisco Umbral

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