martes, 9 de mayo de 2017


El día en que los ángeles
fuercen en las redondas
esquinas no soñadas de la tierra
sus ácidos clarines
y no encuentren respuesta,

el día en que los muertos se levanten
y vuelvan a morir con más convencimiento,

el día en que para siempre se haya roto
la tregua entre los dioses extinguidos
y su pálida imagen,

el día en que los corderos devoren dulcemente
la entraña de los lobos indefensos
hasta agotar su estirpe,

el día en que obligado
sea el convite, el traje impuesto,
rotativo el discurso
y la ocasión solemne e implacable,

el día en que las cuerdas de las arpas
estallen y se encojan
de horror los meridianos en su origen,

y cuando un solo hombre
desesperadamente en pie sobre su ombligo
vea crecer las aguas, pida auxilio,
y una paloma anuncie el pacto nuevo,

el día en que la hembra invertebrada
en su ávido seno nos sumerja
para alumbrarnos luego ya redentos,

el día en que palidezcan los cobardes,
las vírgenes asuman la venganza
y el estertor opaco de la víctima
nos una en fin a ella,
con un odio más puro,

el día en que los niños
certeramente apunten
con un fusil de sangre a los tiranos,

e indemnes los vencidos
coronen de excrementos melancólicos
los arcos de triunfo,

el día del laurel y la serpiente,

el día en que la cólera del mundo
destruya el mundo, el día de la ira.

José Ángel Valente

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