sábado, 20 de mayo de 2017

Currículum

"El verdadero currículum, sería entregar una página en la que lo que está enumerado no fuesen las victorias, sino las derrotas. Creo que nuestro verdadero rostro lo dibuja mejor la enumeración de nuestros fracasos, de nuestras tinieblas, de nuestra oscuridad que la enumeración de nuestras victorias.
Creo que un currículum aproximadamente verdadero es aquel en el que no debería faltar aquella noche que nos la pasamos pensando que nos habían humillado y no habíamos respondido adecuadamente a la humillación. Aquella vez que alguien nos amaba y dejó de amarnos. Aquella vez, quizá peor, en que uno amaba a alguien y dejó de amar a ese alguien. Aquella tentativa que no se pudo cumplir.
Todo eso que solemos confesarnos a solas y de madrugada."

Félix Grande
Extraído de la conferencia de Félix Grande "Una poesía hecha para y con los otros". Pincha aquí para escucharla













Confieso que en alguna ocasión hice quinielas y cábalas,
jugué a apostar qué poeta iba a ser el siguiente en morir.
Tenía poemarios dedicados de algunos viejos,
recuerdo a Antonio Gala, por ejemplo:
“Para Iván Onia, con mi esperanza en él”
en la portada de El poema de Tobías desangelado.
Esa tarde llegué a creer que se moría
como una maldición por escribir mi nombre.
Pero jamás pensé en usted,
-león blanco, corazón que mira.
Porque era una voz dentro de la radio
alguna vez.
Porque era un asombro abierto en la mesa
siempre-
Tan sólo en encontrarnos
y estrecharnos la mano, el tibio abrazo quizá,
algún tartamudeo, los lugares comunes:

"También escribo a veces.

Un poema de usted partió un poema mío
y tuve que sacrificarlo.

He visto las panteras familiares que usted decía,
la destrucción y sus formas,
el tiempo en que se ama aquello que se odia,
los oboes terribles de la muerte.

También a mí, una vía de tren, una carretera,
me ha descosido por dentro
y el paisaje me ha dado igual
mientras volvía de aquellos lugares
a los que jamás pude regresar".


Y, sin embargo, usted se ha muerto.
Se ha ido con su nube alborotada en la cabeza
que siempre parecía guardar un último relámpago.
Con su voz de montaña, buscando el cobre y el aceite profundo del Caracol,
ese ronquido de la tribu con el que yo tampoco fui bendecido.
Ahora, en esta tarde de febrero,
cuando parece que las avenidas
y la lluvia sólo existen debajo de las farolas,
una sombra camina por la mesa,
araña lo que escribo, hay café
y una canción que ya no recordaba.
Si estuviera aquí usted, coincidiría
conmigo en que todo esto es mejor
que cualquier cosa que escribamos,
es la vida y es ahora.
Sobre el ataúd de un poeta
siempre caben más ojos que arena.
Ya nada le podrá ser restituido,
junto a usted crecen por igual gusanos y mayúsculas,
se agrandan las pequeñas soledades
con las que vivía,
nuestra parte cansada,
la siniestra costumbre de asomarse
a las fotografías y el espejo.

Por eso, para que nada sorprenda o nos trague
llegada la madera, en un currículum,
al lado de los méritos y la impecable sonrisa,
debajo de la línea de hormigas del nombre,
debería estar la persona que ya nunca seremos,
los paraguas y los relojes que hemos perdido,
las grietas, las esquinas rotas, las humedades,
las fauces, los limones, la mancha en la corbata,
la vez que el autobús apagó sus luces
y cruzamos la Antártida con las manos en los bolsillos,
el pez que no cogimos,
los idiomas que no hablamos,
la lengua antigua del hueso partido
que adivina la lluvia,
la cicatriz con su cojera,
la envidia con su nudo,
la torpeza de aquel día, cuando ella
se montó en el tren y ya no volvimos,

esa palabra que nunca pronuncias
porque tiene una bala con tu nombre,

esos poemas que lees ahora
como una oración, como un martillo hondo,
porque son de los poetas que se te han muerto,
porque son de poetas muertos,
porque son de los muertos.

Iván Onia Valero de El decapitado de Ashton (Ediciones de la Isla de Siltolá, 2016)

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