miércoles, 17 de mayo de 2017

Campo de hambre cerca de Jaslo


Escríbelo. Escribe. Con tinta normal
en un papel normal: no les dieron de comer,
todos murieron de hambre. Todos.¿Cuántos?
Es una pradera grande.¿Cuánta hierba
le tocó a cada uno? Escribe: no sé.
La historia redondea los esqueletos por decenas.
Mil y uno siguen siendo mil.
Ese uno es como si no existiera:
feto imaginario, cuna vacía,
cartilla abierta para nadie,
aire que ríe, grita y crece,
escalera hacia el vacío que baja al jardín,
lugar de nadie en la fila.

Estamos en la pradera donde se hizo hombre.
Y ella calla como un testigo comprado.
Al sol. Verde. Allá, cerca de un bosque
para mascar la madera, para beber por debajo de la corteza
ración del paisaje de una jornada,
hasta que uno pierda la vista. En la altura, un pájaro
que pasaba por la boca con una sombra
de sus alas nutritivas. Se abrían las mandíbulas,
golpeaba diente contra diente.
De noche, en el cielo, brillaba la hoz
y segaba para los panes soñados.
Llegaban volando las manos de ennegrecidos iconos,
con vacíos cálices en los dedos.
En las púas del alambre
se balanceaba el hombre.
Cantaban con tierra en la boca. Un bello canto
que habla de cómo la guerra llega directamente al corazón.
Escribe qué silencio hay aquí.
Sí.

Wislawa Szymborska

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