lunes, 1 de abril de 2013

La victoria


Los muertos llevan alas de musgo.
F.G. LORCA
Corrí, y en el torrente hundí los brazos
para saber si el agua se había detenido.
Chantal MAILLARD

Para detener el tiempo tocabas
mi frente con relojes encontrados.
En todos se podía ver la marca
súbita del espasmo;
nueve y cuarto, un insecto abre los brazos
al sol frío del último segundo.
Otro muere perfecto en las doce.
Media cruz a las tres menos cuarto.
Me cubrías los ojos con la arena
de mil bulbos quebrados.
Hundías mi cabeza en el agua
de las clepsidras.
No hubo tiempo en aquel tiempo,
se caía la misma fruta helada
al pronunciar volver o porvenir,
temprano, antes, mañana o ya es la hora.
Nada era final y nada nacía.

Vivir sin tiempo es soñar la carne deshabitada,
es renunciar a los violines y las uvas
y de allí se regresa siempre
con los pies fríos,
con un pan triste,
con un beso de sapo,
con una corona de peces calientes.

Tú querías pararlo todo,
andabas las espaldas laborables,
las riberas donde el junco atrapa
la espuma de las horas y del mármol,
ibas con la inocencia de aquel niño
que quería meter el mar en su bolsillo
y besabas mi frente para decir:
este es el nido de las esferas,
esta es la lluvia intacta de los mirtos.

Nunca entendiste que incluso las piedras
volverán sin la furia de su filo,
que el desierto es un mar que alguien está cantando.
En las alas de musgo,
en la manzana de bronce,
en las manos y en las paredes
el duro olvido me encontraba,
y olvidé el plomo de algunas jornadas
y fui inmortal borrando luz y abrazo,
llaga y nombre.

Hoy,
miro el arco de mis huesos vencido por los años,
sonrío en los espejos y me muero un poco cada tarde.
Hoy hundo mi brazo en la velocidad
de las aguas y viajo a su centro
como el que arranca un corazón
y lo eleva contando sus latidos
para decir aquí está la vida
y sé que la muerte es una forma de la victoria
como volver a dar cuerda a los relojes,
como arder,
como recordarlo todo.

Iván Onia Valero 

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