martes, 10 de septiembre de 2019

La luz


Entraba la luz de la tarde, posándose en las pequeñas botellas
del minibar de la habitación de mi hotel, una luz de montaña
-estábamos en el hotel más caro de los Alpes-, que traía el frío
de finales de agosto. Desde la terraza, ponte un jersey si sales
a la terraza, se podía ver esos pinos enormes, religiosos, fragmentos
de la carne de un dios inocente, ¿por qué no quieres ver a nadie,
cabrón antisocial, te pasas los días aquí metido, bebiendo
y mirando los pinos?, me preguntaste, y yo te lo dije bien claro,
estoy jodidamente muerto, soy sólo un cadáver que viaja
por el mundo, un cabrón de vacaciones eternas, un asaltador
de minibares de hoteles de lujo, un consumidor de minibotellas,
y sólo me importa esta luz, esta luz que ilumina la habitación
porque esta luz es lo más misterioso que he visto nunca,
parece como si en ella cupiese la vida que he vivido
y la que no podré vivir, todo mezclado, claro fantasma.

Tu falda y tus bragas negras estaban en la silla, y tú sentada en el suelo
bebiendo un gintonic, si no me gustases tanto, dijiste, ven aquí,
volvamos a la cama, y empecé a comerme tus brazos,
tus manos, tus uñas bien cortadas, y la luz seguía entrando
y resplandecía en las etiquetas de las pequeñas botellas
del minibar. Eres un guarro, hijodeputa, no me lo hagas así,
eres un guarro, seguías diciendo, pero la luz no se marchaba nunca.
Y ella que hablaba de su vida y de sus ilusiones,
y su ropa interior esparcida por la habitación,
decentemente esparcida, y quejándose
de que, en vez de salir por ahí, nos quedásemos jodiendo
toda la noche, y luego, colmada, diciéndome eso
de eres un guarro, hijodeputa, te he dicho que no me lo vuelvas
a hacer así, toda la noche llamándome, repitiendo lo mismo.

Me quedé dormido un rato, me levanté de la cama, desnudo,
fui al minibar, cogí el último botellín y me lo bebí de un trago,
fui al lavabo y dejé correr el agua hasta que salió fría
y luego bebí, y mojé mi boca y mi lengua mucho tiempo,
tú seguías durmiendo, aún tenía líquidos tuyos por todo mi cuerpo,
saliva tuya y aguas de tu sexo y de tu boca, escociéndome,
y la luz ya se había ido, trayendo una paciente oscuridad.

Manuel Vilas

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