martes, 11 de diciembre de 2018

El madrigal del odio muerto

En el año 2000, la noche de marzo en que Aznar consiguió la mayoría absoluta, cuenta Félix Grande que se le apareció su padre, muerto doce años atrás, y estuvieron hablando de varias cosas toda la noche. Antes de marcharse, el padre le dijo al hijo: "...tendrías que darle un beso verdadero a tu madre antes de que se muera". La madre del poeta viviría aún 23 meses más.
Todo esto lo estaba explicando Félix Grande en una charla literaria cuando una asistente le preguntó si finalmente le había dado el beso, a lo que respondió con la verdad: No.
Años más tarde, en 2008, Grande escribe EL MADRIGAL DEL ODIO MUERTO como una forma de perdonarse.

Vamos a echar las cuentas, madre.

…Acomódate en tu mecedora de tierra.
Aparta de las cuencas de tus ojos
los gusanitos, los escarabajos,
la mansa podre de la eternidad
y mírame despacio, con amor: lo necesito, ya soy viejo
y no quiero morirme sin explicarte cuánto te he querido
chapoteando en aquel charco del odio.

¿En dónde nace el odio, madre?
¿En qué naufragio de la confianza
se me pegó esa grasa sobre mi piel de hijo?
¿En qué estallido de la decepción
nació aquel estupor que se clavó en mi infancia
como un arpón de soledad, y de culpa, y de angustia?
…¿Lo sabes tú, barriga de mi vida,
tetas de leche de mi vida,
obradora de mi materia,
artista de mi irrupción en este mundo,
polen de mis cinco sentidos, miel de mi baba,
semillita de mi desgracia más antigua?
¿En dónde nace el odio?
¿En qué brocal del pozo, madre?

[“pero qué es lo que dice este hijo mío qué palabras son esas que se
le salen de la boca a Felicito el niño de mi sangre el niño que parí en
La Guerra! ¡Quién es este hombre viejo que me golpea como si fuese
mi padre pero que es mi hijo primero el que más sacrificios me costó…
y dice que me odia!”]

¡No me mires así! ¡Ya no más, madre,
ya basta de escenas!... No he venido
a discutir, sino a reconciliarme.
No he venido a echar yel sobre nuestras heridas
sino a lamerlas, a besuquearlas.
Traigo besos de infancia y de vejez conjuntos
con los que amedrentar a la alpargata
cuyo poder duró mil años.
Traigo una cacerola, una tinaja, un fudre
de jarabe de calma, el mejunje sigiloso de la alegría,
para que en él resbale el ciempiés de tu histeria. Traigo…
¡Espera, cálmate, pordiós , serénate! Tranquila…
…Histeria, madre, así es como se llama,
es una enfermedad, no es un insulto,
no es una acusación. Al contrario: esa convulsa,
zaque de fuego, fue tu brasero de sufrir,
una tormenta de piedras con estruendo de sino,
tu cerco de animales rabiosos con sus colmillos fantasmales
en donde unas gotas de sangre dibujaban tu nombre…
Cálmate. Ya pasó…

…¿Veías eso, María: ese incendio de piedras,
esa testarudez de tus neuronas fuera de su ley
disparando misterios de terror y tiniebla
contra tu sobresalto germinal? ¿Veías
esa alquimia de saña desgarrando
la seda de tu ingenuidad, la túnica de tu inocencia?
¿Veías perros oscuros arrimando el hocico
hacia el vestido de tu boda? ¿Veías
dinosaurios bamboleantes emporcando con agua negra
las toallas enharinadas en sangre de tus partos?
Madre, mamá, cariño ¿qué veías
cuando corrías ininteligible hacia el brocal del pozo?

¡No, aguarda! ¡Aguarda, no te sientas culpable,
no te defiendas, no hace falta! ¡Si he venido
precisamente a convencerte no de que te perdono,
sino de que te apiado y que te quiero!
¡Qué tengo yo que perdonarte!... A mí mismo
es a quien he de perdonar.
A eso he venido: a merecer dos lágrimas
con que abrochar por fin tu vida con la mía,
mi paz con tu destino, mi vejez suntuosa
con el ojal de tu sudor de miedo.

¡Lágrimas de perdón, de autoperdón,
entrad con humildad impetuosa
hasta los posos de mi ciénaga! ¡Lágrimas de hijo viejo,
apareceos, teas de túnel, caminad por la alfombra
de mis años atónitos reunidos en este camposanto,
dadle iluminación a esta pena ceremonial de sombra,
amortajad a este odio muerto, amortajadlo con vuestro
cántico de sal silenciosa! ¡Lágrimas genealógicas,
sólo vosotras, sólo vosotras, sólo vuestro barbecho!

Acomódate, madre, en tu mecedora de tierra.
Recuéstate sobre tus almohadones de silencio.
Brísame con tus ojos llenos de antaño y de reposo.
…Esa que orea el sudor de tus sienes
nace en el abanico del arrepentimiento:
disfruta de esa brisa para que yo contemple
cómo entrecierras los ojillos atolondrada por la felicidad.
…¿Notas cómo una mano te acaricia las dos mejillas?
No es la manaza de papá, aquel abarcamiento
que en cinco dedos acaparaba tu desastre
y en un pispás alborotaba tu ansia secreta de vivir:
ahora es mi mano, que baja hasta tu calavera
para depositar una moneda quíntuple
en la mendicidad exacta de tu muerte…

Anda, sonríe de aquel modo eminente,
por encima del mundo, con inocencia todopoderosa:
como era tu sonrisa cuando acababas de parir.
…Si me das una prueba de que has vencido el miedo,
de que ya has aprendido a pedirle al tendero
la comida de la semana sin reventar de humillación el sábado,
…si me demuestras que puedes resistir
una tormenta de granizo y de truenos
sin temer que dos pastorcillos aparezcan
asesinados por el rayo
entre cabras lecheras muertas y barro del Camino Real
…si me das tu palabra de que por fin ya no presientes
el rostro de mi padre
en los cadáveres derramados por las calles de Mérida
tras el desdén rabioso de los bombarderos de la guerra civil
oh madre alucinada, oh madre medio loca, princesilla
del martirio, emperatriz del pánico, sacerdotisa
de la calamidad, hormiguita cargada con la piedra
del miedo universal del mundo …si me consientes sospechar
que por fin aprendiste a engullir el caramelo del sosiego
con grandes lametones de gula y regocijo
…!soy capaz de cantar flamenco!
¡Por bulerías de Jerez! ¡Por tangos extremeños!
¡Por alegrías de Cádiz, como el Chano Lobato!

…La paz está llegando, madre: ve qué dos lagrimones!
Mírame ahíto en forma de doble pan de llanto.

Todo va a ser mejor que nunca. Ni borrachos ni en sueños
hubiéramos llenado el buche de esta ración de azúcar cósmica.
Observa con qué gracia, con qué finura casi palaciega
las mandíbulas del perdón se menean dichosas, triturando
aquellos escorpiones que hincaban tóxico en tus sienes,
observa cómo las fauces del perdón regurgitan y eructan
con esa distinción de sutiles vizcondesas de la Justicia
¡…y regüeldan después con elegancia insigne,
como vicealmirantas de la Reparación!
…créelo, María, todo va a ser mejor que nunca:
ni tu verás mi miedo, ni viviré tu miedo,
ya no habrá miedo, ya no hay miedo,
muera el miedo, hijodeputa el miedo,
tus muertos, miedo, atrévete a volver, miedo de mierda!
…ya no te faltarán el sábado los veintisiete reales
para que dar en paz, a la mierda el tendero!
…Ya no vendrán los dos fascistas de paisano
a llevarse a papá al calabozo del Ayuntamiento,
a la mierda el fascismo! Papá ya no escuchará más
con una manta sobre la cabeza y sobre el telefunken
los partes de la Radio Pirenaica. Los maquis
no volverán al pueblo a por comida y medicinas
ni los guardiaciviles los rodearán a tiros en la calle de Oriente.
…Luisita Grande Lara no volverá a morir
ahogándose mirándote resollando penando
consumiéndose hediendo a pus y muerte
muriendo de difteria mirándote a los ojos
mirándote con pena purulenta…mirándote
quieta de pronto para siempre ante tus alaridos
y el sollozo de piedras de papá…
Ay Luisi, corazón, quién es la perra que parió al destino!

Disculpa, madre: ya lo ves, me descuido un instante y olvido
como un tonto que entre los dos reunimos casi ciento setenta años,
y que si le sumamos otros noventa y ocho que va a cumplir papá el
21 de junio resultan más de un cuarto de milenio; y, asómbrate, si a
esa hermosura de años añadimos los sesentiocho que cumplió Luisi
hogaño, el jueves 17 de enero, ya juntamos más de trescientos;
y si además, ya puestos, agregamos los doscientos cincuenta, bien
despachaos, que juntan tu Juliete y tu Ignacio, tu José Luis y tu
Manolo …¡música, maestro: casi seiscientos años alrededor del
vientre de la María! ¡Música de perduración y no aquel pentagrama
siniestro de posguerra! ¡Venid a la María, blancas con calderones!
¡Semifusas del miedo, huid como ratas! ¡Semifusas intrusas, inclusas
y confusas, no me asustéis a la María! ¡Respetadla, que acopia en su
barriga como quien dice un cacho de planeta, una rebanada de
eternidad!

Quiero decir, mamá, que el tiempo vuela
con interplanetarios arropes en el pico:
¿comprendes? Todo va a ser mejor que nunca:
puro potaje de Semana Santa,
pura hojuelas, pura berenjenas de Almagro,
puro clamor de Navidad empapada en vino moscatel:
¡nos vamos a chupar todos los dedos!

… Y no voy a verter la tacita de aceite. Ya no me voy a hacer otro
siete en la camisa, que es que te estás dejando la visión cose que te
cose de madrugada a veinte watios, madre! No voy a perder
jugueteando en las afueras del Canal mientras te vuelves loca por si
los ladrones de niños me venden a los forasteros. Ya no voy a decir
palabros, que eso es de personas mayores. Ya no le voy a pegar capones
a mi hermano Juliete, que es de mi misma sangre. Ya no voy a perder
un zapato quién te manda corretear descalzo, no me des más tormento!
Ya no voy a cazar gatos en los tejados, ni a gastar la peseta en
chucherías de la confitería de la Lilia, que luego se me forman
lombrices y a pique de tener la solitaria! Te lo prometo, te lo certifico:
mira cómo me beso el dedo gordo (cuestión que significa juramento):
¡No me vuelvo a subir a los tejaos, ni a cazar gatos ni a ninguna
mandanga, se acabó, tejas, nunca más, finito! ¡Respirad hondo, oh
liebres del tejado, proteínas suculentas de la posguerra: yo, cazador,
os doy la absolución! ¡Vivid, en nombre de mi madre!

…Serénate, María. Cálmate, madre; ya no sufras, mamá: te voy a
rodear con una arroba con un quintal con milenta serones de pan
blanco: no del pan del racionamiento: ¡pan blanco, del que comen
los del Servicio Nacional del Trigo, el Alcalde, el Notario, los
enchufaos del Estraperlo, los Gobernadores Civiles, la Biblia en
pasta! …Y no vas a tener eternidad bastante para freír picatostes con
aceite de oliva… Y ya no voy a derramar la taza de aceite con el
maldito codo, y no vas a pegarme, coloradita por la congestión, loca
de horror ante el aceite, tu mano, la alpargata, tu hijo… espantada
de tu violencia, furiosa por tu espanto, máquina de sufrir y de
romperte y de romperme. …El color colorado de tu cara cuando
pegabas, madre: tu color de volcán escupiendo materia, líqui-
do rojizo, gruñido rojo del dentro de la Tierra del cerebro! …Aquello
era la refutación del noviazgo materno; en aquel color colorado tú
dejabas de ser mi diosa, y el niño aquel perdía a su madre y caía al
abismo antedeluviano. En aquel color colorado nacía y sonaba el
miedo, despótico y sin ojos, en las cuevas del miedo, allí, en
el légamo, en la pasta retráctil, en la homínida sopa de terror, nacía el
odio: un volumen jadeante que crecía y crecía, a la velocidad de las
bestias, se derramaba sigiloso en un Ganges de angustia, bajaba ciego
por los barrancos de pasmo …y así, despacio …aquella tripa de odio
defecó sobre el susto de mi infancia y la precipitó al agua sucia de la
culpa: el excremento que engrudó mi vida, el tóxico con el que he
hecho sufrir a seres inocentes: toda mi vida. Toda mi vida. Toda mi
escalera.

¡Qué rueda, madre, qué lenta noria altiva de su cieno, qué cangilones
de lealtad a la insolvencia del Destino, qué impavidez rastrera, ofidia,
aplicando como un verdugo la desmisericordia! ¡Qué noria la del
miedo pariendo el odio, la del odio pariendo la culpa, y qué noria de
culpa pariendo angustia malparida! ¡Qué parto de tristeza, qué
aborto interminable de dolor …! La culpa, madre. ¡La Culpa, María
Lara Pradillos! ¡La puta culpa entre tú y yo y el pozo!

…Sí, madre: aún me quedaba esta gota de odio.

Ahora sí, madre: el llanto.
Llora por los cuatros ases imperiales del llanto.
Llora con los setenta veces siete mandamientos del llanto.
Apaga los incendios del Pentateuco con arena de llanto.
Abre en la calle de Asia un Guadiana de llanto
que vierta sobre las piedras abrasadas del Sinaí los refranes del llanto.
Empapa en llanto las raíces de las Tablas del llanto.
Sobre Moisés derrama versículos de llanto.
Sobre la estirpe de los hombres dibuja las sílabas del llanto.
Esparce los nombres y los verbos y los evangelios del llanto.
Llora hasta que se mezclen en la riada del llanto
los nonatos, los solos, los apestados, los hambrientos de llanto.
Llora sobre los dos odios de llanto, amor de llanto.
Llora a placer: es la liberación: tu último llanto.
Exprime sobre ti y sobre mí este final gajo de llanto.
Llora ácido de ortigas al ver cómo tu hijo
vuelca sobre tu tumba, sobre tu barro, sobre tu ceniza
esta gota de odio. Mira esta gota, madre: está cayendo
sobre tu residencia sagrada: sobre tu sepultura.
Cae sobre toda tu memoria y sobre todo tu misterio.
Cae como aerolito de estaño al rojo
sobre tu frágil dermis de pena maternal. Esta gota de odio
cae exacta sobre la inmensidad de tu cansancio,
cae sobre la epopeya de tu mendicidad.
Cae sobre tu santa podre. Cae sobre la majestad convulsa
de tu maternidad. Cae sobre la cruz de tu inocencia.
Mírala, madre: esta es la última gota de mi odio.
Cae sobre tu cadáver, cae temblando
sobre la doble indefensión de tu vida y tu muerte.

Ya no queda más odio, madre. Gota y gota.
Fin y principio. El obelisco de la Inauguración.

Gota final de odio, gota final de llanto: criaturas
juntas de la manita entrando en el palacio
de la piedad: pura levitación. Puro ritmo maestoso.
Puro largo maestoso por fin. Puro porfín.
Vuela un porfín con apariencia de paloma corchea
dibujando sus órbitas de plata en la mañana pura. Suenan
las notas blancas de un porfín lleno de calderones de sosiego
y accelerandos de mistela. …Ya, madre, acabó.
Nos quedaba sufrir este trago, este veneno,
esta monstruosidad …esta revelación.
Aún nos quedaba umbilical, paciente,
la última escurridura de mi limón de odio
las lavacias de zumo de yel vieja.
Aún había que tragar este maltrago
que misteriosamente mortuorio
le está abriendo las puertas a la felicidad.

Al fin porfín sin fin ya soy tu hijo.
Juntos al fin tu luz materna y mi resplandor de vivir,
juntos tus dos pezones y mis encías de leche,
juntos tus huesos muertos y mis dientes postizos,
juntos desde tu parto hasta mis canas,
juntos y laras, apedillados, genealógicos,
juntos en la familia descomunal, prehomínida, primate,
juntos de la caverna al rascacielos,
juntos sacando con los dedos la cuenta de los siglos:
juntos sorbiendo Tiempo en este colosal calendario del mundo.

Juntitos como novios: incestuados a manera de dioses.
Amartelados a la luz del Uno. Privilegiados huéspedes del Cero:
cáscara, clara y yema del Huevo Órfico: puntos cauterizados
en la curva absoluta, Circunferencia de la eternidad.
Ambos zumo del centro. Lujuria de la esencia. Viajeros
en la Nave perenne de la disolución: cómplices
de la transformación de la Materia. Juntísimos
en el noviazgo cósmico del Azar y el Misterio. ¡Partículas
de la bisagra lúbrica de la Vida y la Muerte!

Madre: he tenido un sueño.
He visto la bisagra de la vida y la muerte.
He visto jadear el origen del mundo
en el átomo del Deseo.
He visto a las galaxias, sonrientes
ante tu pelo negro derramado en la almohada.
He visto mi noviazgo primordial:
tu juventud materna abanicando
a la sofocación de mi niñez.
(En un rincón Cirlot y Jung gritaban
a un impasible doctor Freud:
qué raros son los sueños
que proceden del cráter de la carne).
He visto a Jaime Szpilka
mirando con piedad mi infancia
y cegando con piedras todo el pozo,
como un obrero de la salvación.
En la bisagra de la vida y la muerte
(que no chirría: la alcuza de energía
Vierte en ella sin fin el unto del deseo)
he visto transformarse
tus dos tetas de madre alimenticia
en dos montañas de consolación.
Madre, he tenido un sueño:
detrás de una alpargata y una histeria
besándole la boca a la Guerra Civil
he visto a un hombrecillo de seis años
mirándote dormir casi desnuda
¡Tus bragas, tu camisón celeste,
tu misterioso olor balanceando
el oleaje oceánico de mi renacimiento!
En el sueño, mi padre (en Villafranca,
en la Membrilla, en Malagón
en Piedrabuena o en Villarrobledo,
en Manzanares o en Herencia… ¿dónde
en qué lugar titánico llenito de legumbres?)
cargaba camiones con sacos de cien kilos
de las lentejas del racionamiento
con una sola mano; con la otra
brindaba con coñac por don Manuel Azaña.
Qué raros son los sueños
amasados con soplos de materia
y con secretos de evidencia cósmica.
Y en ese sueño he contemplado
a tu dulce y millón olor de hembra
por vez primera en la extensión del mundo.
Y en ese sueño lento, oculto, omnipotente,
yo miraba feliz cómo mi mano,
zarpita de sigilo, muñón de terciopelo,
garra de litúrgico tacto,
se acercaba tu piel con un miedo de seda
allí en la noche altiva de color de la luz.
El hombrecito yo se quedaba dormido
y en sus ojos durmientes
se sentía, satélite de ti, guardaespaldas de ti,
abrazadito innumerable a ti
como el planeta Tierra es abrazado
por la ley de la gravedad. Y deambulaba
dormido como un tigre apretado a su tigra.
Mamá: he tenido un sueño.
He visto la bisagra de la vida y la muerte
y al verla, allí, infantil, dormido, importantísimo
como el susurro de la Inauguración,
escuché el formidable estruendo de alegría
que se abre en el espacio para parir los astros.

¿Me oyes, María? Desde tu mecedora de tierra ¿puedes oírme? Tu
obediencia a la ley soberana ¿te consiente una migaja de atención
recóndita, fuera de la razón? Tu lealtad a la aniquilación y a la ruina
que hoy presumen de ser tu identidad ¿puede abrirle la puerta a un
beso viejo, milagro sobre milagro? En la sordera de la tierra póstuma,
entre el estruendo inaudible de los escarabajos, desde la lenta
inexistencia de tus cinco sentidos ¿puedes sonreír bajo el imperio de
esta emoción puntual que te disparo con la ballesta de la adoración?
Por entre la potestad que ha desbaratado la arquitectura de tus
huesos, y ha disuelto el dibujo de tu rostro, y ha diseminado tus
ácidos y tus fosfatos, y que muerde, con displicencia, los apellidos
de tu padre y de tu madre, y que echa sobre tu nombre tierra milenaria
¿puedes, María, sentir el pálpito genealógico, el susurro de tu sangre
en el silencio de mi voz, a este lado de la frontera? las ordenanzas
del sumo tribunal ¿te dan permiso para que contemples, extasiada,
la formidable juventud este viejo achacoso ergudodo como un árbol
al pie de tu sepulcro? Desde tu atareada costumbre de morir ¿puedes,
durante un instante inaudito, demorar ese afán, volver la espalda a
esa sequía, y recibir en medio de la cara, en medio de tu sed
resurrecta, el diluvio apacible de esta lágrima que te ofrezco como
un ramo de siemprevivas ¿Puedes oírme, María? ¿Puedes acaparar
la trinidad de un beso enlagrimado por el regocijo? Desde lo más
profundo del tiempo negro de la separación, ¿puedes compartir con
tu hijo este beso que pone fin a todo pleito del alma, esta lágrima
absolutoria y aleluya, esta alegría que encharca tu fosa con el sudor
inmemorial que vierten luz a luz la piedad y el amor? ¿Cabe en tu
paz mi paz? en tu perpetuidad ¿hay sitio para este soplo de finitud
que llega a tu orilla nadando feliz como un delfín en
el mar de una lágrima? ¿Hay un lugar de honor en tu mutismo umbrío en
donde puedan resultar dos palabras, Te quiero; en tres palabras solares,
Te quiero, madre? En tu celeste trastero del perdón ¿caben el triunfo
y la vejez de unas pocas palabras verdaderas? ¿Oyes es la música olvidada,
la lira inmensa flotando en la ola humilde? ¿Te besan con tu broche
de lágrima todas estas palabras de alegría? ¿Aceptas la mano
empalabrada de tu hijo, de este viejo que habla sólo, con un pañuelo
apretado contra la boca?

Las palabras: mis machetes de abrir la selva,
mis silbidos de reunir lo disperso, mis ungüentos
en la fractura de vivir. Las palabras: mis madres.
Con las palabras he venido a tu casa. Con estas profesoras en el
bachillerato del dolor, catedráticas de la clemencia, alquimistas que
transmutan las escorias del miedo en la sanidad de la alegría; con
las palabras, cómplices del ritmo, metrónomos del reloj cósmico,
obreras de la permanencia, carcomas en la madera de la muerte…
Con las palabras he venido a tu casa: con su brasero lleno de picón
de la eternidad he venido a tu mansión de frío. ¡Calienta tus huesos!
Arrima tus manos al rescoldo de las palabras: ellas son el consuelo
incandescente, ellas son la hoguera nocturna de la horda, piedras al
miedo y tuétano de Especie. ¡Calienta tus manos! Adormécete,
duérmete… Duerme, cariño, duerme… ¡Ah, las palabras, cantándole
a tu calavera la nana apoteósica! ¡Ah, las palabras: alucinadas:
elocuentes! …Aquí las dejo, madre, sobre tu tierra muda.

Mientras beso este puñado de tierra que yace palpitante en el
absorto cuenco de mi mano, quiero que sepas que la alucinación
materna que reside tras el cerrojo de la edad, la madre que está viva,
la madre ritornella y lázara perpetua …desde bajo la tierra me
contempla con piedad enfermera, con amor analgésico, con yodo de
pupila, con algodón de lágrima, con pomada de párpado: me
contempla con la luz ya sin susto de sus ojos …y de repente me
sonríe: me perdona: me quiere.

Adiós, madre.
Me llevo para un siempre ya muy pequeño, pero ya sereno,
esta sonrisa con dos asas, esta vianda de enmadrecimiento,
esta sonrisa que comparten tu calavera y mi vejez,
este pañuelo tan dichoso apretado contra la boca.

Adiós, María. Descansa.
La tierra, el tiempo y yo somos tu cuna.

Duérmete, ea.
A la nana nanita del cementerio
una muerta y un viejo en asamblea.
Por fin lo que fue estrépito es ya misterio.
Duérmete, mi niña, ea.

Pronto vendrá la luna
para lamer mi lágrima, para mecer tu cuna.

Ea, ea…


Félix Grande

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