sábado, 27 de octubre de 2018

Smartphone


Yo te amaba, futuro. Progreso.
Occidentes, los niños, te mecimos
con nuestra altura de hombres y mujeres,
con nuestra cuna de fémures y húmeros.
Meciéndote, occidente, niños tuyos.
Rubio promeso de los esperanzos,
adolescente bruna de las sueñas
que teníamos porque, occidentes,
todas las niñas te amábamos,
progreso, futuro. Entonces.

Pedíamos tan poco:
que los coches volaran,
que las botas se ataran solas,
mirar el tiempo como al hámster
o el pajarito que las niñas malas
guardan en una jaula de sus cuartos
y los pinchan cuando apagan la lámpara
por ver qué aguantan.
Sentir su miedo, así, al pertenecernos.
Cosas simples como marcianos en un bosque,
robots como un jardín de dulces próstatas,
un pisito en la luna, el fin del hambre,
un botón para la lluvia,
un botón para los hijos.
Cosas simples, futuro, dosmildiez,
porque tus niños te amábamos
con nuestra alturita y una cuchara
en la que nos peinábamos a las 8:00,
con la que comíamos a las dos.
Una cuchara para esperarte
moliendo relojes con un pasapurés.

Nadie nos advirtió de que la luz
al final del camino era un led
y que los lerdos se alumbraban la alegría
con ella
o velaban la infancia del pan nuestro
de cada vida.

Luces azules para los incendios
y la luxación del vocabulario:

haber kien d vostrs kedara
kuando el lenguaje se aya roto dl todo,
xra explikarnos k el futuro era ste
spejo negro yeno de narcisos
o k nstros kadaveres kavian
dntro d una kaja tan pekeña

Iván Onia Valero

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