viernes, 17 de agosto de 2018


Delante del espejo te reconoces a diario.
Aquí estás, eres. Con el sueño aún cruzándote la cara con un rayo laborable, por eso no logras abrir los ojos del todo. Te pesa el armazón de fosfato y calcio por dentro, eres un ser lento porque, tan temprano, el cuerpo no te pertenece todavía, está signado del sueño, cosido a su falta de leyes y te rechaza a ti con tu vida áspera y normalísima de las ocho de la mañana. El cuerpo sigue colgado de sus probabilidades, hace apenas unos minutos eras un joven marino, un vidente o Rimbaud en el lecho de muerte escribiendo la última carta de amor. Mírate ahora; ser de costuras y aristas, física y engranaje, carbón de mundo, bostezo y pies descalzos. El cuerpo quiere la vida de antes de que despertaras a este martes amarillo de fin de año. Por eso te pesa.
Eres, pero tu cuerpo te maldice, con su boca escupes al espejo y piensas: ojalá el farol triste del deseo, las vidas posibles, las máscaras del sueño.

Iván Onia Valero de Hermanos de Nadie (Karima Editora, 2015)
Cuadro: detalle de La Venus del Espejo, de Velázquez, después del ataque recibido a manos de Mary Richardson en 1914

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