miércoles, 11 de julio de 2018

La sangre por fuera


Esta es la gente: urbana pluralidad, carne de pueblo.

Hay quien acarrea la literatura de su vida en la espalda y le pone ruedas al pasado para no morir de melancolía.

Quien vuela de pura prisa en las plazas laborables, con los labios rojos de las siete de la mañana, porque los autobuses son pequeños trenes que perder donde la vida cambia cada ocho minutos.

Hay quien ve a Dios en la seda y el oro de los domingos o quien lo llora de pecho adentro porque no entiende o no soporta la ciencia exacta de hallarse vivo.

Qué morbidez lo humano, qué alimento de generaciones para saciar a la nada.
Hemos conquistado algunas prestidigitaciones de nuestro tiempo, como la tecnología que fulmina las distancias o la cocina, que elimina los instintos y, sin embargo, hay vestigios de la especie en los pequeños gestos:

miramos al otro de la misma forma que el hombre del Plioceno miraba al megaterio.

Soñamos juntos en los bancos de los aeropuertos igual que los primeros amantes se prometían la vida bajo la constelación de Orión antes de tomar la cicuta.

Teselas de este mordisco a la historia, caminamos creyéndonos reyes de alguna naturaleza. Baladrones, cruzando los puentes, empavonados de intimidad. Creemos encerrar algún misterio cuando, en realidad, somos rojos y transparentes. Nos necesitamos, rojísimos, los unos a los unos.
Llevamos la sangre por fuera.

Iván Onia Valero
fotografías de Ignacio Vara

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