domingo, 17 de junio de 2018


Las noches de los días de fiesta
siempre tienen a diez padres que tiemblan
y buscan a diez hijas que han huido.

Vuelve a oler a limpio y a farolas despiertas
bajo las horas cilíndricas,
he oído un zumbido de tambores
y el calambre de bronce que precede a las campanas.
He visto luces de puerto en tus ojos
y la maroma que me ata los pasos
dejando un hilo de escamas secas
debajo de las plantas.
Se conocen mejor las horas cruciales
que los oficios propios,
se conocen mejor las vidas ajenas,
las tres raíces donde se levantan las historias,
las sombras mejor que los cuerpos.
No sabré nunca quién soy,
sabré que amé los símbolos
y fui amado en los huecos que dejo,
que amé sólo la turbia visión
de quien está tendido junto a mí
y fui amado como una piedra viva,
que alguien me imaginó con un temblor adolescente
y yo sueño el abanico azul que espanta a las iguanas.
No sabré nunca quién soy si esta noche
no te mueres conmigo,
si una electricidad no nos devuelve,
si no sabes que los lugares
son sólo los huesos que un nombre deja
y que tienes debajo de la lengua
el gallo roto de una veleta:
puede ser el amor esta torpeza
de creer en el árbol que señalas,
de regresar a la casa que me digas.

Iván Onia Valero fragmento de Un cocodrilo, poema perteneciente a El Decapitado de Ashton, Ediciones de la Isla de Siltolá (2016)

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