lunes, 16 de octubre de 2017


Una casa sin fantasmas es una casa terrible. Deberían existir, incluso en las casas nuevas y sin historia. Una casa vacía da miedo porque hablarse a uno mismo en el martillo viscoso de las dos de la madrugada, sin fantasmas escuchando, es hablarle al fantasma que uno será dentro de algún tiempo.
Es mucho mejor conversar con las puertas medio abiertas, con el cuadro doblado, con los ojos de la cortina, con los armarios donde nos saluda la señora que lleva nuestra camisa. Hablarle al grifo abierto o al hombre que nos mira toda la noche desde la silla donde dejamos la ropa cansada de la semana y que tiene un poco de nuestra propia carne, ese hombre que no es más que nosotros mismos cantándonos el madrigal de los objetos.
Es mejor una casa con fantasmas, todo sea por no escucharte otra vez la historia de siempre.
Abrir la puerta que nunca abrimos, preguntar a las habitaciones vacías si están vacías y que un libro se caiga por el poema donde una vez pusiste el lápiz o la radio se encienda con la canción que habías olvidado que amabas.

Iván Onia Valero de Hermanos de Nadie, Karima Editora (2015)

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