lunes, 17 de julio de 2017


Recogerla fue como recoger a una huerfanita de París cruzada de puta madrileña con tuberculosis.
Uno había creído siempre que la metáfora mujer/gata era un tópico de periodistas sin recursos, como cuando se lo aplicaban a Lauren Bacall, pero descubrí con asombro, como tantas cosas en la vida, que los tópicos son verdad: que los tópicos son verdades mineralizadas por los imbéciles. Jamás he conocido la femineidad en estado puro —eso que puede fascinarme—, salvo en la gata, mi gata.
Ha perdido uno la vida buscando lo femenino en estado puro y resulta que eso no se encuentra en las mujeres, sino, de pronto, en una gata.
Llega un momento, en la vida (lo tengo muy repetido), en que uno descubre que la única pureza errante sobre la tierra vaga en los animales.
Las bestias son nuestros ángeles, nos guarden o no, como los perros. Uno cree que la idea de ángel, más que a partir de un hombre o una muchacha, se realizó en la teología y en el arte a partir de un pájaro, por ejemplo: el ángel tiene alas. Pero valen tanto las alas del ángel como los cuernos del toro. El toro también es angélico. Ha habido escritores de derechas que plantearon, tórpidamente, la dialéctica entre la bestia y el ángel. No. La bestia es el ángel.
Los animales son un continente de pureza que uno descubre tarde y mal. Amo la vida en sus momentos puros estilizados y dramáticos. Eso, ya, sólo se lo dan a uno los animales, las dulces bestias en quienes está el franciscanismo que un tal San Francisco quiso rescatar para sí.
La amo con locura porque es lo igual entre lo igual, que ha dado, sólo para mí, su diferencia.

Francisco Umbral

No hay comentarios:

Publicar un comentario