sábado, 24 de septiembre de 2016

Un cocodrilo (fragmento final)


¿Quién es ese que no soy yo y con mi cuerpo está
durmiendo?
No sabe aún que su sitio está aquí.
Aguardo mi regreso,
me dejo creer que duermo,
me dejo ser la arista blanda de alguna hondura.
Aún puedo creer
–esperanza satélite de la destrucción–
que también soy ese que me está soñando,
que soy el mismo que amaneció en la cuna de un ángulo
y ha roto sus zapatos sobre la hierba
de este día.
Aún puedo creer que la vida
me ha atravesado con un segundero de plata
y el cansancio me ha puesto un elefante en cada ojo.
Aún puedo creer en esa casa y en ese árbol,
en el desordenado idioma de los brazos y el vino,
en los siglos que nos aman hasta la repetición.
Puedo creer en el agua y su encía sobre mi torso,
en el secreto que respira bajo los vestidos,
en la ciudad y en el nombre de hoy.
Creo en los amigos que miran y miran,
en mis padres y mis hermanos que me llaman
desde un mar que les corta por la cintura.

Has llegado hasta aquí. Te sientas sobre nuestras rodillas,
meneas la cabeza, hojeas, dices “no”
y tachas dos o tres versos que te dejan los dedos azules.
Dices “no” y arrugas las cejas cursivas.
Dices “no” con los puños mayúsculos.
Dices “no” con la calva planetaria.

“Es hora de dormir, muchacho”

y me levantas de la silla como en aquel poema de
Biedma
para ir hasta el infierno juntos
y dar los corazones rotos al cocodrilo que aguarda.

no he sido feliz
si no fueses tan puta
no he sido feliz
a tientas cruzamos el piso
torpemente abrazados
un glacial nos arrastra
eres el poeta
eres el poeta
eres el poeta


“Es hora de dormir, muchacho”

Mañana, con el corazón nuevo,
terminaremos el poema que no ha existido nunca.
–Con el corazón nuevo, muchacho que somos–
el poema que no acabará nunca.

Iván Onia Valero, de El Decapitado de Ashton (Ediciones de la Isla de Siltolá, 2015)

No hay comentarios:

Publicar un comentario