sábado, 22 de febrero de 2014

miércoles, 19 de febrero de 2014

La mancha en la corbata


Hay una zorra, hija de Satán en el lugar donde desayuno alguna mañana, me gustaría saber su nombre para decir: hay una zorra, hija de Satán llamada Elvira o Cati, porque nombrar nos hace más humanos que haber inventado la bicicleta, el riego por goteo o la trigonometría. Cuánto de ternura evolutiva y de estupidez hay en querer poner nombre a una cara, qué ganamos reduciendo lo abstracto, el moco universal de lo inasible, a un chute fonético; llamar Beatriz a una estrella descubierta, como homenaje a tu primer amor o Jorge al lago donde se ahogó tu hermano. Sin embargo, nunca la han llamado, simplemente porque no deja hablar a nadie con su odiosa voz aguda de funcionaria (voz aguda, esta penca me deja sin metáforas, pero imaginen, para entendernos, un violín barato en manos de un mono enfermo). Sus gafas -esas gafas-, su tinte, sus repugnantes caderas de mostrador y sello, sus anécdotas grises de supermercado, profesor o aeropuerto las cuales quiere creer que interesan al resto de pobres clientes, que sólo queremos tragar y largarnos de allí sin que nada nos haga tropezar justo en ese momento de la mañana y andar cojos el resto del día.
Por lo demás, este es un sitio amable, pides un café y un trozo de pan con algo y la camarera, que parece sacada de las muchachas del Capitán Neruda, te trae una copa de zumo de naranja recién exprimido sin que lo hayas pedido, cortesía de la casa contra el invierno.
Alguna vez he fantaseado con levantarme y decirle algo ingenioso a la funcionaria, salir como un héroe por la puerta y que deje de llover en ese instante. Otras, con insultarla sin más y, la mayoría de días, he pensado seriamente en rebanarle el pescuezo con el cuchillo de la mantequilla, pedir luego otro café y esperar sentado a la policía, un lunes de esos en los que el equipo haya hecho las cosas bien el domingo, un empate en un campo difícil me valdría, igual un buen verso, tampoco hace falta más, mientras la gente me saluda y se acerca para tomarse una fotografía junto a mí. Pero apenas la veo llegar, acabo la página, el poema se trunca a la mitad como una tibia fresca, chispea fuera, el equipo volvió a perder sin honores. Entonces apuro el café casi frío y el zumo como un petróleo aéreo, aceite astral de la fruta, igual que una costumbre diaria, como son de exactos y fríos los picos de ave hambrienta que se abren en un reloj.
Podría decirse que acabo clavándome el cuchillo a mí mismo para que el mundo siga rodando sin noticias, un sacrificio redentor y mesiánico que me deja una gota de sangre siempre en el mismo lugar de la corbata. Hablaríamos incluso de que esa zorra impertinente con voz de pífano húmedo, me mancha la corbata de sangre todos los días.

della Guetto

viernes, 7 de febrero de 2014


Y el ratón anidado se hizo pájaro.
A modo de evolución saldrá a volar
dejando una estela, un cometa, un gemido,
dejando el espacio preciso para hablar alto y claro
mientras tiemblas,
cavidad.
Que quiero que vengas,
que quiero que estés aquí,
hijo.

Paola F. Zurbarán